Sentí un nudo en la garganta y apenas pude asentir. Mi mente se llenaba de preguntas, pero antes de que pudiera hablar, él dio un paso hacia mí, con los ojos entrecerrados y la expresión endurecida.
—¿Qué te dijo? —murmuró, apenas audible.
El miedo se apoderó de mí, sofocando las palabras antes de que pudieran salir de mi boca. No quería contárselo. ¿Y si se molestaba? ¿Y si reaccionaba de una forma que no esperaba, algo que pudiera lastimarme? Sentí cómo mi corazón latía con fuerza, como si fuera a salir corriendo dentro de mi pecho. Pero él parecía leer mis pensamientos, porque se apartó ligeramente, dejando un pequeño espacio entre nosotros, aunque su mirada seguía clavada en la mía.
—Sé de quién se trata —dijo, con una tranquilidad que me resultó escalofriante.
Mi respiración se hizo errática, y una sensación de vértigo me invadió. ¿Él también había escuchado la voz? ¿Estaba poniéndome a prueba, o… realmente sabía lo que estaba ocurriendo? Su serenidad no me tranquilizaba en absoluto; al contrario, solo hacía que el pánico aumentara.
—Es Marissa —continuó, con voz baja, como si pronunciar el nombre le diera una especie de arcada.
Me quedé completamente helada, con cada pensamiento congelado. ¿Marissa? ¿Su prometida? Mi mente se llenó de preguntas, y la duda se mezcló con una sensación desconocida que me arañaba el corazón. ¿Por qué ahora, en este momento crucial, aparecía ella, como una sombra insistente entre nosotros? ¿Qué hacía su presencia, su nombre, flotando en el aire que compartíamos Frederick y yo?
—Está celosa —murmuró él, con una leve sonrisa amarga.
Y en ese instante, todo encajó. Sentí un golpe en el pecho al comprenderlo. Ahora ella no era solo una presencia en la oscuridad, había sido una parte esencial de su vida, un amor que había dejado una marca profunda en él, alguien con quien había compartido sueños y promesas. Frederick y ella se amaban; estaban destinados a estar juntos, a construir una vida y permanecer unidos hasta el último día de sus vidas.
La intensidad de su vínculo me rodeó en una niebla, y de pronto, me sentí como una intrusa en una historia que no me pertenecía. Aquel susurro no era solo una advertencia; era el eco de un amor que todavía se aferraba a él, reclamando el lugar que un día había sido suyo.
—Pero yo te amo a ti —me confesó, con sus preciosos ojos brillando con una luz que parecía iluminar incluso la penumbra que nos rodeaba.
Era un hombre tan guapo, con rasgos que parecían esculpidos por la misma luz que emanaba de su ser. Su energía fluctuaba, a veces ardiente y decidida, otras veces más sombría y vulnerable. Pero a pesar de la tormenta de emociones a su alrededor, sentía que la conexión que me ataba a él era inquebrantable, tan intensa que estaba dispuesta a todo por nosotros.
Sin embargo, en medio de esa declaración de amor, la voz volvió a resonar en mis oídos, clara y persistente: “No, Emily… no”.
Giré hacia el sonido, y sentí el pánico creciendo en mi pecho mientras buscaba el origen de esas palabras, queriendo encontrar al dueño de aquel susurro que ahora se sentía como un presagio. Pero todo lo que encontré fue la oscuridad, una negrura que se extendía por todas partes.
El mal sabor que se instaló en mi boca era indescriptible, era como un nudo de incomodidad que me hacía cuestionar la realidad de lo que estaba sucediendo. ¿Eran las palabras de Marissa una advertencia? ¿O estaba dándome a entender algo que yo todavía no había descubierto? La confusión y el amor luchaban dentro de mí, y en medio de esa batalla interna, la verdad se desvanecía en la bruma del miedo.
—Emily, ¿estás bien? —la voz de Frederick interrumpió mis oscuros pensamientos.
Su preocupación era evidente, y me devolvió a la realidad, pero aun así, no podía evitar la sensación de que algo estaba muy mal.
Asentí, aunque mi voz se quedó atrapada en mi garganta. Su mirada se intensificó, como si pudiera leer cada fragmento de mi confusión.
—Dime qué piensas —insistió, y su tono tenía un matiz de desesperación—. No quiero que te guardes nada.
—Es solo… —comencé, luchando contra las palabras que se amontonaban, como un río desbordado—. Es solo que… Marissa es una parte de ti. Y si está celosa, eso significa que todavía tiene algo que ver contigo.
Su expresión se endureció.
—No tiene poder sobre mí —dijo con firmeza, pero en sus ojos vi un destello de duda—. Soy yo quien decidió dejarla atrás.
Mi corazón se aceleró al escuchar eso, pero la voz de aquella mujer seguía en mi mente.
—No lo sé, Frederick. A veces siento que no soy suficiente. ¿Y si ella todavía está aquí por alguna razón? ¿Y si…?
No pude terminar la frase. La idea de perderlo ante el espectro de un amor pasado me llenó de terror.
—No digas eso. Lo que siento por ti es verdadero —interrumpió, acercándose más, como si su proximidad pudiera disipar mis dudas.
Pero la incertidumbre persistía, como una sombra que se negaba a desaparecer.
—Pero, ¿cómo puedes estar seguro? —pregunté, con mi voz temblando—. Tú no escuchas lo que yo escucho. Ella está aquí, y me está hablando.