Frederick tomó mi mano, y entrelazó sus dedos con los míos, y aunque su toque era cálido, sentía una corriente de aire muy helada.
—¿Qué hacemos? —pregunté, sintiéndome más perdida que nunca.
—Debemos continuar con el ritual. La flor de luna nos dará la respuesta. No podemos dejar que la sombra de Marissa nos detenga —dijo con una seguridad que no me convencía del todo.
—¿Y si ella es la razón por la que estoy aquí? ¿Y si todo esto es un error?
—No es un error. Te elegí a ti. Siempre te elegí.
Sus palabras fueron un bálsamo. Con un último vistazo hacia la oscuridad, sentí que cada respiración me acercaba más al abismo de lo desconocido.
—Vamos —expresó Frederick, pero más suave esta vez—. Hagámoslo juntos.
Al escuchar sus palabras, una pequeña chispa de valentía se encendió en mi interior. Tal vez todo esto era más grande que Marissa, más grande que mis miedos. Era una oportunidad para desafiar las sombras que nos rodeaban. Con un paso decidido, me agaché frente a la flor. Su fragancia era embriagadora, y mientras me inclinaba, una suave brisa acarició mi rostro, como si el mundo mismo me estuviera animando a seguir adelante.
—Tienes que hacerlo, Emily —dijo Frederick, con su voz temblando de intensidad—. La flor de luna es la clave para liberarme, dale tu esencia.
Asentí lentamente. Sin pensarlo, extendí mis manos hacia ella y dejé que la energía fluyera desde mi interior. Una corriente cálida recorrió mi cuerpo, y en ese instante, el mundo alrededor de nosotros se transformó. Las sombras parecían cobrar vida, danzando a nuestro alrededor en un espectáculo aterrador pero cautivador. La flor absorbió mi esencia, y un susurro comenzó a llenarme de un profundo amor que trascendía el tiempo.
Sin embargo, la euforia inicial comenzó a desvanecerse, reemplazada por una sensación abrumadora de malestar. La calidez que había sentido se convirtió en un frío helado que me caló hasta los huesos. Mi estómago se retorcía y las náuseas se apoderaron de mí, como si algo oscuro y retorcido estuviera tratando de salir a la superficie. La debilidad me cubría, y cada respiración se hacía más difícil.
Cuando giré para buscar a Frederick, el horror se instaló en mi pecho. Lo que antes era un hombre atractivo y lleno de luz se había convertido en una figura distorsionada. Su rostro estaba desdibujado, como si una sombra oscura lo hubiera engullido por completo. A su alrededor, una niebla negra se retorcía y danzaba, su verdadera naturaleza se reveló en un espectáculo grotesco. Y entonces, lo vi reírse. Una risa que rebotó en las hojas, llena de malicia.
Mi cuerpo respondió instintivamente, dando un paso atrás en un intento desesperado por alejarme de esa visión aterradora. Pero el suelo pareció desvanecerse bajo mis pies, y un ardor intenso se encendió en mis tobillos.
Sentí como si el fuego comenzara a recorrer mis extremidades, una quemadura implacable que ascendía desde mis pies hasta la garganta. El dolor era insoportable, y entonces todo empeoró. Intenté gritar, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi pecho, un grito ahogado que no pudo salir.
El fuego avanzó, y la presión en mi cabeza aumentó, como si una fuerza invisible estuviera tratando de aplastarla. Las visiones distorsionadas de Frederick se fundían con las sombras que danzaban y reían a mi alrededor, cada una más aterradora que la anterior. La desesperación se convirtió en pánico, y en medio de ese caos, su risa resonaba, rompiéndome los tímpanos, un recordatorio escalofriante de que lo que creía conocer podía transformarse en un horror inimaginable.
Con cada latido, mi conciencia se desvanecía, sumergiéndome más en un mar de oscuridad. Busqué su mirada, deseando encontrar en ella un rayo de luz, una señal de que aún había esperanza. Pero el monstruo en el que se había convertido solo continuaba disfrutando del espectáculo, alimentando mis miedos hasta que no supe si lo que veía era real o simplemente el producto de mi mente atormentada.
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No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había caído inconsciente, pero al abrir los ojos, todo a mi alrededor se había vuelto extraño, irreal. Un paisaje en tonos grises me rodeaba, como si el color mismo hubiera sido arrancado de la tierra. La sensación de inquietud escaló rápidamente, convirtiéndose en puro pánico cuando miré mi mano. No era sólida; era casi transparente, una sombra borrosa de lo que solía ser.
Mi mirada descendió y me encontré con que todo mi cuerpo parecía etéreo, como si estuviera hecha de aire, de humo. Un grito salió de mi garganta, desgarrador, llenando el silencio del bosque, una voz que ni siquiera reconocía como la mía. Me llevé las manos al rostro, deseando que todo fuera una ilusión, pero el tacto era inexistente, como si mis propios dedos no pudieran rozar mi piel.
—¿Qué es esto? —grité, pero la respuesta era solo el eco vacío del bosque.
Las lágrimas corrían sin detenerse, cayendo en el suelo que ya no sentía bajo mis pies, mezclándose con una desesperación tan profunda que parecía devorarme.