Ecos de mundos olvidados: La caída del cosmos.

El desfile de los pequeños dioses I

La luz de Nivara llegó a los dominios de Felios como un suspiro de invierno en un horno. No fue una manifestación física —las constelaciones menores de Seraphis raramente materializaban formas completas—, sino una presencia térmica que se extendió desde los límites de Glacius hasta la órbita de Ignis Solis. Era una ola de frío conceptual, una advertencia silenciosa trazada en gradientes de escarcha: Este frío es mi dominio. No lo manches con tu fuego muerto.

Felios no reaccionó al principio. Sus estrellas negras —cadáveres estelares flotando en la nebulosidad azulada— continuaron absorbiendo fotones, mientras sus múltiples ojos rojos permanecieron fijos en la superficie de Ignis Solis, donde una tormenta de arena de vidrio volcánico pulverizaba una cordillera de basalto. La disonancia era palpable: Nivara, cuya esencia era la preservación del equilibrio gélido; Felios, cuya existencia aceleraba la entropía de su mundo.

—Te has extraviado, Fragmento Ardiente— resonó la voz de Nivara. No sonaba en el vacío, sino dentro de las estrellas muertas de Felios, como escarcha crepitando en una mente de carbón. —Este lugar no tolera incendios.

Los hilos de escarcha de Nivara se extendieron, formando un puente de cristal entre dos cometas. Sobre él, proyectó imágenes: Geometrías de hielo creciendo en espirales perfectas, tornados de diamante puliendo asteroides hasta convertirlos en espejos y Glacius, su luna, respirando vapor azul en la oscuridad.

—Orden. Pureza. Silencio— susurró Nivara en cada imagen.

Felios respondió con estática. Un zumbido áspero que hizo vibrar los hilos de escarcha: <<...QUEMA...>>

La proyección mostró entonces Ignis Solis: roca negra agrietándose bajo el sol rojo, vientos que silbaban como cuchillas al rojo vivo, la flor de hielo dejada por Nivara brillando como una burla.

Nivara flotó más cerca. Sus "ojos" reflejaron los múltiples puntos rojos de Felios:

—Tu fuego no calienta. Tu luz no ilumina. ¿Qué eres?

<<GUARDIÁN... DE... RUINA...>> crujió la estática, mientras una de sus estrellas muertas emitía un pulso oscuro.

—Los guardianes protegen tesoros— objetó Nivara, y un cometa se desvió para rodear a Felios, dejando un rastro de cristales efímeros. —Tú custodias un cadáver de piedra.

<<Y TÚ... UNA... BELLEZA... MUERTA...>>

La estática se volvió cortante. Mostró la flor de hielo en Ignis Solis: refractando luz ajena, inútil, condenada a ser contemplada hasta el fin de los tiempos. Un silencio cayó. Los cometas de Nivara frenaron sus danzas. Por primera vez, sus hilos de escarcha temblaron.

—El frío preserva— dijo al fin, su voz más baja que el susurro de un neutrino. —El fuego... solo consume.

<<AMBOS... SON... SOLEDAD...>>

La respuesta de Felios no fue sólo verbal. Fue térmica. Un pulso de energía oscura emanó de sus hilos de vacío solidificado, una onda de calor tan intensa que atomizó los patrones de escarcha de Nivara, convirtiéndolos en vapor que el vacío devoró al instante. En Ignis, como eco de este gesto, un mar de arena negra se fundió en vidrio líquido, brillando con un rojo cancerígeno bajo la luz perpetua.

Nivara retrocedió. No físicamente, sino térmicamente. La temperatura alrededor de Glacius descendió bruscamente, como si la luna helada se encogiera sobre sí misma. Entonces, ocurrió lo inesperado. Uno de los ojos rojos de Felios emitió un destello breve, casi tímido. No de ira, ni de desafío. Era un reflejo de nostalgia cósmica. En ese instante, Nivara percibió algo perturbador:

Felios entendía la belleza del frío.

Lo deseaba.

Lo anhelaba como un fantasma anhela la vida.

Pero era imposible.

Ignis era un horno; Glacius, un ataúd de hielo.

Sus esencias se repelían como polos magnéticos idénticos.

La presencia de Nivara se retiró, dejando un rastro de escarcha fantasmal que duró milisegundos antes de evaporarse. No hubo despedida, solo el silencio reconfortante del distanciamiento térmico. En el límite donde sus influencias se habían rozado, quedó flotando una pregunta congelada:

¿Puede la oscuridad envidiar la luz... sin desear destruirla?

Felios volvió a clavar sus múltiples pupilas en Ignis. En la llanura recién vitrificada, las criaturas pétreas se arrastraban sobre el vidrio fundido, sus exoesqueletos crujiendo bajo el calor.

Ninguna de ellas alzó la vista hacia las estrellas.

Mientras los últimos vestigios de escarcha de Nivara se evaporaban, una risa como cristales rotos arrastrados por un viento radiactivo resonó en el vacío. Apareció sin transición: Zephyrion no llegó, sino que estalló en una supernova de absurdos. Confeti interestelar —fragmentos de nebulosa comprimida en formas de payasos y trompetas torcidas— llovió alrededor de Felios. Tres lunas (Pipo, Chispa y Trompo) rebotaron como pelotas desquiciadas alrededor del cúmulo oscuro, lanzando serpentinas de energía multicolor que se carbonizaron al rozar las estrellas muertas de Felios, convirtiéndose en ceniza cósmica.



#1768 en Fantasía
#199 en Paranormal
#66 en Mística

En el texto hay: villano, espacio exterior, cosmos

Editado: 03.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.