Portales
En el instante en que el reloj marcó la medianoche, una vibración imperceptible recorrió las calles de Cádiz. No era el temblor de la tierra, sino el de la realidad misma, un susurro de otro mundo que se filtraba a través de las fisuras del espacio-tiempo. Solo una persona lo sintió: Álvaro, un joven con la rara habilidad de percibir las ondas de las dimensiones paralelas, y esa noche, su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Álvaro se detuvo en seco, su corazón latiendo al ritmo de ese pulso invisible que solo él podía sentir. La noche estaba tranquila, pero para él, cada sombra parecía cobrar vida, susurrando secretos de lugares que ningún mapa podía mostrar. Sabía que debía seguir ese llamado, esa melodía silenciosa que lo guiaba hacia el antiguo faro en la colina, un lugar que los lugareños decían que tocaba el cielo y el mar, donde las barreras entre los mundos eran más delgadas que el papel de un viejo libro.
Álvaro avanzó con cautela hacia el faro, guiado por la luz intermitente que se desvanecía en la bruma nocturna. A medida que se acercaba, la vibración se intensificaba, resonando con cada latido de su corazón. El aire alrededor del faro parecía vibrar con energía, y las piedras milenarias susurraban historias de marineros y naves perdidas en el tiempo.
Al llegar a la puerta, Álvaro extendió su mano temblorosa hacia el viejo metal frío. Con un empujón, la puerta cedió con un chirrido, revelando una escalera en espiral que ascendía hacia la oscuridad. Sin pensarlo dos veces, comenzó a subir, sus pasos resonando en el silencio como un eco de su propia determinación.
En la cima, encontró la sala de la lámpara, abandonada y cubierta de telarañas, con vistas al mar infinito. Pero no era el océano lo que capturó su atención, sino el espejo antiguo que colgaba en la pared, un marco dorado que encerraba un abismo oscuro. Álvaro se acercó, y el espejo comenzó a brillar con una luz azulada. Las ondas de las dimensiones paralelas fluían a través de él, y con un suspiro que mezclaba temor y asombro, Álvaro tocó la superficie del espejo.
De repente, el mundo se torció y giró. Álvaro sintió que caía a través de un túnel de colores y sonidos, un vórtice que lo arrastraba hacia lo desconocido. Cuando finalmente sus pies tocaron suelo firme, se encontró en un lugar que desafiaba toda lógica: un bosque donde los árboles brillaban con luz propia y criaturas de leyenda vagaban libres. Había cruzado el umbral hacia una dimensión donde lo imposible era la norma, y su aventura apenas comenzaba.
Álvaro, aún aturdido por su llegada a esta dimensión de ensueño, no tardó en darse cuenta de que no estaba solo. A lo lejos, una figura se acercaba, su paso firme y decidido. Era una mujer de mediana edad, con el cabello recogido en un moño desordenado y una mirada tan penetrante como la de un águila. Hablaba con un acento marcado, una mezcla de tonos que recordaban a los valles de Escocia.
“¿Eres tú el viajero de las leyendas?”, preguntó con una voz que llevaba el eco de las montañas. “Aquel que cruzaría los mundos para descubrir la verdad oculta en las sombras.”
Antes de que Álvaro pudiera responder, un sonido de pasos se escuchó detrás de él. Se giró para encontrarse con un joven alto y delgado, con la piel curtida por el sol y ojos que reflejaban la vastedad del desierto. Su acento era cálido y arrastrado, típico de las regiones más soleadas de España.
“Veo que no soy el único que ha sido llamado por el espejo”, dijo el joven, su voz tan árida como las dunas de las que hablaba.
Juntos, los tres comenzaron a explorar el bosque luminoso, cada uno compartiendo historias de sus propias dimensiones, sus propias vidas. Álvaro escuchaba fascinado, dándose cuenta de que cada persona que encontraba era un mundo en sí mismo, un universo de experiencias y sabiduría.
Pronto, se encontraron con más viajeros: una anciana con el acento suave y cantarín del Caribe, un hombre robusto con la entonación grave de Rusia, y una niña con la dulzura melódica del francés. Todos habían sido atraídos al faro, todos habían tocado el espejo y todos buscaban respuestas.
Mientras el grupo de improbables compañeros avanzaba, se dieron cuenta de que no solo compartían el destino de ser viajeros entre mundos, sino también la misión de descubrir el propósito de estos portales. ¿Eran una advertencia, un regalo o una trampa? Solo explorando juntos podrían esperar encontrar la verdad.
Y así, con cada paso en este nuevo mundo, Álvaro y sus compañeros se adentraban más en el misterio, uniendo sus voces en una sinfonía de acentos y perspectivas, cada uno aportando una pieza clave al rompecabezas de “Ecos de Realidades Ocultas”.