En un bosque donde cada árbol parece susurrar en un idioma diferente, Moira debe usar su conocimiento de lenguas antiguas para descifrar las pistas que los llevarán al siguiente portal. El grupo se da cuenta de que las voces son las de aquellos que alguna vez intentaron cruzar las dimensiones y quedaron atrapados.
El aire está lleno de susurros, cada uno en un dialecto distinto, una cacofonía de historias sin fin. Moira se concentra, cerrando los ojos para escuchar mejor. Las palabras antiguas, algunas de civilizaciones hace mucho desaparecidas, comienzan a tomar forma en su mente. “Son advertencias,” ella revela, “y guías. Nos están ayudando a no cometer los mismos errores que ellos.”
Álvaro se une a ella, su intuición para las ondas dimensionales le permite sentir la dirección de donde las voces parecen más claras. “Por aquí,” señala, guiando al grupo a través de un sendero apenas visible entre los árboles parlantes.
Diego, con su conocimiento arqueológico, reconoce algunos de los símbolos tallados en la corteza de los árboles. “Estos no son solo árboles,” explica, “son monumentos, marcadores de aquellos que pasaron antes que nosotros.”
El grupo avanza, y Lena recoge fragmentos de conversaciones, piezas de un rompecabezas que, una vez unidas, formarán el mapa hacia su destino. Elisa y Sophie documentan cada palabra, cada advertencia, cada consejo, sabiendo que el conocimiento que adquieren es invaluable.
Finalmente, llegan a un claro donde un árbol más grande y antiguo que los demás se alza majestuosamente. Las voces aquí son armoniosas y claras, convergiendo en un coro que canta sobre la unidad y la esperanza. Celeste, con su habilidad para sanar, siente una paz profunda emanando del árbol. “