La decisión estaba tomada. El portal permanecería abierto bajo estrictas medidas de seguridad. Álvaro y su equipo se convirtieron en los Guardianes del Umbral, una tarea que asumieron con seriedad y determinación.
Marta, con su mente analítica, diseñó un sistema de vigilancia que permitiría monitorear cualquier actividad anómala alrededor del portal. Javier, el soñador, se dedicó a estudiar las posibles civilizaciones que podrían existir más allá del umbral, elaborando teorías y posibles escenarios de contacto.
Con el tiempo, el portal se convirtió en una fuente de inspiración y progreso. Los avances tecnológicos florecieron gracias a las investigaciones realizadas en su periferia, y aunque siempre existía el temor a lo desconocido, también crecía la esperanza de un futuro lleno de maravillas.
Un día, algo inesperado ocurrió. Una señal débil, pero inequívoca, emanó del portal. Era una invitación, un mensaje codificado que solo Javier, con su intuición y conocimiento, pudo descifrar. “Es una bienvenida,” dijo con una mezcla de asombro y emoción. “No estamos solos en el universo.”
El equipo se enfrentó a una nueva decisión: ¿Deberían responder a la señal? ¿Era seguro establecer un contacto? Las opiniones estaban divididas, pero Álvaro sabía que esta era la razón por la que habían dejado el portal abierto. Era el momento de dar un paso adelante, de arriesgarse por el bien mayor de la curiosidad y la conexión.
“Responderemos,” anunció Álvaro. “Pero lo haremos juntos, como un equipo, como un mundo unido ante la vastedad del cosmos.”
Y así, con cautela pero con valentía, los Guardianes del Umbral se prepararon para el mayor descubrimiento de la humanidad.