El sol se ponía sobre las antiguas ruinas de Itálica, bañando los mosaicos desgastados y las columnas rotas con un resplandor dorado. Diego Torres, con su sombrero de ala ancha y su mochila llena de herramientas de excavación, se detuvo ante el portal que había descubierto entre los escombros.
Para él, este no era solo un hallazgo arqueológico; era la confirmación de todas las leyendas que había escuchado desde niño. Historias de mundos paralelos y civilizaciones que habían florecido y desaparecido, dejando atrás solo sus portales como huellas en la arena del tiempo.
Diego sabía que cada portal era un capítulo de la historia aún por escribir, y estaba decidido a ser el autor de ese relato. Con cada exploración, recopilaba artefactos y conocimientos que desafiaban la comprensión moderna.
Una noche, mientras estudiaba los símbolos grabados en el marco del portal, Diego descubrió un patrón. Eran coordenadas, un mapa estelar que apuntaba a un lugar específico en el cielo nocturno. “Las leyendas,” murmuró, “hablaban de un reino estelar, un imperio que se extendía más allá de nuestra realidad.”
Armado con esta nueva información, Diego se embarcó en una expedición que lo llevaría más allá de las estrellas. El portal se activó con un zumbido, y una luz azulada llenó la noche. Diego dio un paso adelante, no solo hacia otro mundo, sino hacia la verdad que había buscado toda su vida.
Al otro lado, encontró una civilización que era un eco de las antiguas culturas de su tierra. Eran los descendientes de aquellos que habían construido los portales, los guardianes de las leyendas que Diego había atesorado. Le enseñaron la verdadera historia de los portales, una historia de conexión y unidad entre todos los pueblos del cosmos.
Diego regresó a Sevilla no solo como arqueólogo, sino como embajador de un legado interdimensional. Las leyendas de su tierra ahora tenían un fundamento, y él era el puente entre el pasado y un futuro lleno de posibilidades.