La luz del atardecer se filtraba a través de las altas ventanas de la biblioteca, bañando las estanterías en tonos dorados y rosados. Sophie Martin, con su mochila de lona y su cuaderno de dibujos, se había adentrado en la sección más antigua de la biblioteca, donde los cuentos de hadas cobraban vida en las ilustraciones de los libros.
Era allí, entre los relatos de princesas y dragones, donde Sophie había encontrado el portal. No era una puerta común; estaba hecha de palabras e imaginación, y solo aquellos que creían podían verla.
Con la dulzura melódica de su acento francés, Sophie hablaba a menudo de la magia que sentía al leer esos cuentos antiguos. “Los cuentos de hadas nos enseñan sobre la esperanza, el valor y el amor,” decía. “Y si miramos con atención, podemos encontrar su magia en nuestro mundo.”
Un día, mientras leía una historia sobre un bosque encantado, el portal se abrió ante ella. Sin dudarlo, Sophie cruzó el umbral, su corazón latiendo al ritmo de las aventuras que había soñado.
Al otro lado, encontró un mundo donde la magia era tan real como el aire que respiraba. Había criaturas de leyenda paseando por los senderos, y los árboles susurraban secretos antiguos. Sophie se dio cuenta de que este lugar era la manifestación de todas las historias que había amado.
Con su ingenio y su imaginación, Sophie comenzó a explorar, aprendiendo de las hadas y los duendes, y descubriendo que cada cuento tenía un fondo de verdad. Pero también aprendió que la magia venía con responsabilidades, y que cada acción tenía consecuencias en este delicado equilibrio entre los mundos.
Sophie regresó a París con una misión: compartir la verdad detrás de los cuentos de hadas. Con sus palabras y dibujos, inspiró a otros a creer y a buscar la magia en lo cotidiano. Sophie Martin, la niña con la dulzura melódica del francés, se convirtió en una narradora de historias, una soñadora que había probado que los cuentos de hadas eran más que simples relatos.