Capítulo 1

Las notas de una guitarra desafinada resonaban en la vieja aula de música del instituto Saint Claire. El sol se filtraba a través de las persianas rotas, proyectando sombras largas en el suelo de madera. No había nadie más allí, solo Noah, encorvado sobre su guitarra, moviendo los dedos con torpeza sobre las cuerdas. Sus cejas estaban fruncidas en frustración.

—Otra vez…—murmuró para sí mismo mientras intentaba tocar el mismo acorde por décima vez.

—¿Tienes pensado torturar esa guitarra hasta que suene bien o hasta que se rompa?

La voz de Lía lo sacó de su concentración. Se apoyaba en el marco de la puerta con los brazos cruzados, una sonrisa burlona en los labios. Su cabello oscuro caía en suaves ondas sobre sus hombros y sus ojos avellana brillaban con ese atisbo de travesura que la hacía imposible de ignorar.

—Si vas a criticar, al menos ten la decencia de ayudar —gruñó Noah sin levantar la mirada.

Lía suspiró y caminó hacia él, arrebatándole la guitarra con facilidad. Se sentó a su lado en el banco de madera y colocó las manos sobre las cuerdas.

—Mira, lo estás presionando demasiado. Es un acorde suave, no un golpe —dijo mientras tocaba la secuencia correcta con naturalidad.

El sonido fue limpio, armonioso. Noah chasqueó la lengua.

—Tienes manos de pianista, no de guitarrista.

—Y aun así toco mejor que tú.

Él la miró de reojo y negó con la cabeza. Lía siempre había sido así: segura, mordaz, pero con una dulzura escondida bajo su caparazón de sarcasmo. Desde que eran niños, siempre habían estado juntos, compartiendo no solo la música, sino también las cicatrices de una vida difícil.

Noah era el hijo de un padre abusivo que descargaba su ira sobre él y su madre, mientras que Lía creció con una madre que la ignoraba por completo, priorizando a sus parejas y dejando que su hija aprendiera a valerse por sí misma.

La música era su refugio.

—Hoy no deberías estar aquí —comentó Noah después de un rato.

Lía sonrió de lado.

—¿Por qué? ¿Porque Oliver me está buscando?

El nombre de Oliver hizo que Noah apretara la mandíbula. Oliver Donovan, el chico perfecto, el capitán del equipo de fútbol, el hijo del hombre que patrocinaba las becas en el instituto. Era el novio de Lía, pero para Noah, solo era un imbécil manipulador que se aprovechaba de su popularidad.

—No sé qué le ves —murmuró Noah, apartando la mirada.

—Él me entiende —respondió Lía, pero su voz carecía de convicción.

Noah soltó una risa amarga.

—¿En serio? ¿Él entiende por qué te escondes aquí conmigo en vez de estar con él?

Lía desvió la mirada, mordiéndose el labio.

Antes de que pudiera responder, la puerta del aula se abrió de golpe y Oliver entró con su expresión arrogante de siempre. Su uniforme escolar estaba impecable, a diferencia del de Noah, que tenía la corbata suelta y la camisa arrugada.

—Cariño, te estaba buscando —dijo Oliver con una sonrisa que no le llegaba a los ojos. Su mirada se posó en Noah con desdén—. Y claro, tenía que encontrarte aquí.

Lía se levantó con rapidez, como si la hubieran atrapado en algo indebido.

—Solo estábamos… practicando.

—Noah no tiene remedio, Lía. No sé por qué insistes en perder el tiempo con él.

Noah se puso de pie, sintiendo la rabia arder en su pecho.

—Y tú no tienes remedio con tus celos.

Oliver sonrió con suficiencia y puso una mano en la cintura de Lía, atrayéndola hacia él.

—Vamos, no vale la pena discutir con alguien como él.

Lía miró a Noah, y en su expresión había algo que él no pudo descifrar. ¿Arrepentimiento? ¿Culpa? ¿Miedo?

—Nos vemos luego, Noah —susurró antes de salir con Oliver.

Noah se quedó ahí, con la guitarra en las manos, sintiendo cómo su mundo se hacía un poco más oscuro.

No era la primera vez que la veía irse con Oliver, y sabía que no sería la última. Pero algo dentro de él le decía que esa relación no terminaría bien.

Solo esperaba que cuando todo se desmoronara, no fuera demasiado tarde para salvarla.