Liora se acercó a la torre de cristal líquido que surgía del centro de la ciudad. Sus facetas reflejaban los dos soles como espejos infinitos, y en cada reflejo aparecían escenas de futuros posibles. La estructura parecía respirar, expandiéndose y contrayéndose al ritmo de una melodía invisible. Cada paso hacia la entrada provocaba un eco que multiplicaba su presencia en infinitas versiones de sí misma.
Al entrar, fue recibida por un corredor que se alargaba indefinidamente. Las paredes mostraban sombras que recreaban momentos de su pasado y del pasado de quienes habían pisado Orialis antes que ella. Liora comprendió que cada paso hacia arriba era un viaje a través del tiempo, y que cada eco que escuchaba debía interpretarlo para no perderse.
El Resonador vibró de manera irregular, proyectando un haz de luz que iluminó una escalera que parecía flotar en el aire. Liora ascendió, sintiendo que con cada peldaño estaba uniendo fragmentos de memorias que aún no le pertenecían, pero que debía guardar para reconstruir la armonía de la ciudad.