De repente, los espejos desaparecieron, y Liora se encontró flotando en un vacío lleno de luces y sonidos que parecían hablarle al mismo tiempo. Voces de infinitos seres resonaban en su mente, exigiendo que eligiera cuál de los futuros debía prevalecer. Cada elección proyectaba una onda en el horizonte invisible, y cada onda podía ser destructiva o sanadora.
Sintió miedo, pero también una fuerza que venía de su interior, una certeza que no había sentido antes. Comprendió que no podía temer al eco; debía escucharlo, interpretarlo y actuar. Al tocar el Resonador, proyectó su energía sobre el vacío, y las notas flotantes comenzaron a formar una armonía que equilibraba los fragmentos de memoria y luz.
El eco se volvió tangible, mostrando caminos posibles que solo Liora podía recorrer. Cada camino tenía un precio, pero también una oportunidad: el futuro de Orialis dependía de su interpretación de la melodía y de su valentía para actuar cuando las sombras intentaran infiltrarse de nuevo.