El cielo sobre Orialis se transformó en un océano de luz y sombra. El ojo cósmico apareció, gigante y brillante, formado por nebulosas doradas y violetas, observando cada movimiento de la ciudad. Liora comprendió que no era solo un observador: era un juez silencioso, y su mirada estaba sobre ella.
Mientras caminaba hacia el centro de la ciudad, los fragmentos de cristal líquido comenzaron a reflejar escenas de todos los futuros posibles, cada una vibrando con su propia melodía. Liora entendió que cada acción que tomara ahora tendría consecuencias en innumerables mundos. El Resonador se iluminó más que nunca, sincronizando su pulso con el corazón de la ciudad y del horizonte.
De pronto, una sombra más intensa que cualquier otra surgió de la luz. Susurra voces de destrucción y caos, intentando romper la armonía que Liora había reconstruido. Con un movimiento firme, proyectó su energía desde el Resonador y alineó su melodía con la de la ciudad. La sombra gritó, pero fue absorbida por la luz, mostrando su verdadera forma: una amalgama de recuerdos olvidados que buscaban redención.