La noche llegó lentamente, y los dos soles descendieron hasta fusionarse en un crepúsculo dorado y azul. Liora se detuvo frente al núcleo de armonía, donde la energía de la ciudad formaba un círculo perfecto de luz. Cada nota flotante danzaba a su alrededor, componiendo un último acorde que resonaba hasta el límite del horizonte.
El ojo cósmico la observó una vez más, y esta vez hubo un destello de aprobación. Liora comprendió que su viaje no había terminado, pero que la primera gran prueba había sido superada. Los recuerdos, los ecos, la memoria de Orialis, todo estaba en equilibrio gracias a su capacidad de escuchar, interpretar y actuar.
Sintió un latido profundo en su pecho: no era solo suyo, sino de la ciudad, de la melodía y del horizonte invisible que ahora la consideraba guardiana. Por primera vez, la armonía parecía completa, y un silencio lleno de promesa se posó sobre la ciudad.