El grupo continuaba avanzando por los interminables pasillos de la mansión. Las sombras parecían cada vez más densas, y la atmósfera se volvía tan opresiva que ninguno de ellos se atrevía a romper el silencio. Solo sus pasos, resonando en el eco de aquel lugar sombrío, llenaban el aire.
Llegaron a un tramo del pasillo que llevaba al sótano. Las escaleras descendían en un ángulo pronunciado, y una vieja puerta de madera les esperaba al final, cubierta de marcas y rayones. Clara sintió una atracción inexplicable, como si esa puerta llamara a su curiosidad y al mismo tiempo intentara advertirle de algo siniestro.
—¿Realmente vamos a bajar ahí? —preguntó Tomás, mirando la puerta con una mezcla de aprensión y desconcierto.
—Tenemos que hacerlo —respondió Clara en un susurro. Aunque su corazón latía con fuerza, la curiosidad y la atracción por ese lugar la impulsaban.
Los amigos intercambiaron miradas de duda, pero, al ver la decisión en los ojos de Clara, decidieron seguirla. Mientras descendían, un frío aún más gélido que en el resto de la mansión los envolvió, y una sensación de alerta se apoderó de todos.
Al llegar a la puerta, Clara extendió la mano y tocó la madera húmeda y áspera. No esperaba que sus amigos lo notaran, pero un leve temblor recorrió su mano. Finalmente, tomó aire, giró la oxidada manija, y la puerta se abrió con un gemido que resonó como un grito ahogado en el vacío.
Detrás de la puerta, una sala oscura y de aspecto cavernoso se extendía ante ellos. No alcanzaban a ver dónde terminaba, pero una débil luz verde parecía parpadear en algún lugar lejano. El aire era denso, como si estuviera cargado de secretos y sombras.
—¿Qué… es esto? —susurró Sara, sus ojos abiertos de par en par mientras observaba la penumbra de la sala.
Avanzaron unos pasos, y fue entonces cuando Lucas notó algo extraño en el suelo: un símbolo tallado en la piedra. Era una marca circular, con extraños caracteres y figuras en su interior. La presencia de aquel símbolo intensificó el nerviosismo en el ambiente.
—No parece algo que debamos cruzar… —murmuró Lucas, mirando a Clara con cautela.
Clara, sin embargo, no podía apartar la vista de aquella tenue luz verde. La sentía como un llamado, una voz sin sonido que susurraba desde el fondo de la oscuridad. Con pasos vacilantes, comenzó a cruzar el umbral del extraño símbolo, ignorando los intentos de sus amigos por detenerla.
De pronto, un susurro quebró el silencio, y esta vez era más claro, como si alguien estuviera hablando en su oído.
—Clara... —la voz pronunciaba su nombre, cada sílaba cargada de un tono profundo y helado.
El sonido hizo que sus amigos retrocedieran, pero Clara se quedó quieta, paralizada. Alzó la mirada hacia la oscuridad, buscando el origen de la voz, y, en un instante, comprendió que la puerta que habían cruzado no era cualquier entrada: era un umbral, una línea entre dos mundos.
—¡Clara, salgamos de aquí! —exclamó Tomás, tirando de su brazo.
Sin embargo, cuando Clara intentó retroceder, sintió una fuerza invisible que le impedía moverse. La puerta prohibida no solo guardaba secretos, sino que parecía tener su propia voluntad, y Clara comenzaba a entender que no sería fácil salir de allí.
¿Era esa la razón de los ecos de venganza? ¿Era esa la razón por la cual aquella leyenda persistía en el tiempo?
Sus amigos la miraron aterrados, y el ambiente, cargado de un siniestro misterio, les hacía sentir que tal vez ya no estaban solos en ese lugar.