Clara regresó al vestíbulo, el diario todavía apretado contra su pecho. Aunque estaba rodeada por sus amigos, el aire se sentía denso, como si las paredes de la mansión hubieran cobrado vida, susurrando secretos que solo ella podía oír. Lucas, Sara y Tomás la miraban con preocupación; Clara parecía cada vez más distante, como si algo invisible la estuviera separando de ellos.
De repente, el suelo bajo sus pies se sintió inestable. Clara parpadeó, y la realidad se desvaneció a su alrededor.
La Visión
En un instante, la mansión cobró otra apariencia: el vestíbulo estaba iluminado por una luz fría y espectral, y las sombras de figuras fantasmales se movían a su alrededor. Clara vio a los amigos desaparecidos de las historias del diario, sus rostros pálidos y desencajados, sus ojos vacíos pero cargados de una desesperación indescriptible.
Uno de ellos, una joven de cabello oscuro y largo, levantó su mano pálida y señaló a Clara. Su voz era un susurro ahogado, que Clara apenas podía entender: "Libéranos… ellos lo pagarán."
La imagen era tan vívida que Clara retrocedió con un grito, soltando el diario al suelo. La visión se desvaneció, y de repente, volvió a estar en el oscuro vestíbulo, rodeada por sus amigos que la miraban con sorpresa y miedo.
—¿Clara? —preguntó Sara, extendiendo una mano hacia ella—. ¿Estás bien? Parecías… perdida.
Pero Clara apenas escuchaba. La visión había sido tan real, tan vívida, que aún podía sentir el frío de aquellos rostros pálidos y escuchar el eco de sus súplicas. No podía ignorarlo: los espíritus necesitaban su ayuda, y ahora ella era la única que podía liberarlos de su dolor eterno.