Clara apenas podía mantener la concentración. Desde la visión, el mundo se sentía borroso, como si estuviera atrapada en una niebla que la aislaba cada vez más de sus amigos. En las horas que siguieron a la primera visión, comenzaron a suceder cosas extrañas: sombras que se movían en las esquinas de su vista, susurros suaves que parecían llamarla por su nombre y, sobre todo, una sensación constante de que alguien la observaba.
Sus amigos notaban su comportamiento cada vez más distante. Lucas, siempre atento, fue el primero en confrontarla.
—Clara, ¿qué está pasando contigo? Nos estás asustando —dijo, con el ceño fruncido mientras la miraba directamente a los ojos—. Desde que encontraste ese diario, estás… diferente.
—No es nada —respondió Clara rápidamente, aunque su tono parecía vacilante—. Solo estoy un poco cansada, eso es todo.
Sin embargo, Lucas no parecía convencido, y Clara podía sentir la tensión creciente entre ellos. Lo que él no entendía era que algo la estaba llamando desde lo profundo de la mansión. Las voces se volvían más intensas cada vez que ella trataba de alejarse o despejar su mente.
Los Susurros Crecen
Esa noche, mientras todos intentaban dormir, Clara se sentó junto a la ventana de una habitación polvorienta, incapaz de conciliar el sueño. La oscuridad envolvía la mansión, y los sonidos nocturnos parecían amplificar sus pensamientos. Y entonces, lo escuchó: un susurro tenue, como el roce del viento entre los árboles, pero que llevaba su nombre.
“Clara…”
La voz era suave, insistente, y se deslizaba como una caricia helada en su oído. No era una voz conocida, pero tenía un tono de urgencia y tristeza que no podía ignorar. Era como si algo o alguien estuviera suplicándole que los escuchara, que los liberara de un tormento insondable.
Sin poder soportarlo más, Clara se levantó y caminó en silencio hacia el pasillo, dejando atrás a sus amigos que dormían profundamente. Pasó por las puertas cerradas, guiada por el murmullo lejano de voces que parecían llamarla desde el sótano.
Tensión en el Grupo
Por la mañana, Sara, Lucas y Tomás se dieron cuenta de que Clara no había dormido. Parecía cada vez más pálida, sus ojos enrojecidos y su expresión ausente. Cuando trataron de hablar con ella, apenas respondía, y cuando lo hacía, sus palabras eran frías y evasivas. La tensión en el grupo comenzó a ser palpable.
—Clara, deberíamos irnos de aquí. Esto… esto no está bien —dijo Tomás con preocupación evidente.
—Si quieren irse, váyanse. Nadie los retiene aquí —respondió Clara, sin siquiera mirarlos.
Sus amigos se miraron entre sí, llenos de miedo y desconfianza. Algo en ella había cambiado, y ya no sabían si podían confiar en Clara… o si Clara aún era la misma persona que conocían.