Clara apenas había dormido esa noche. Los susurros y las visiones seguían resonando en su mente, haciéndole sentir que la mansión la estaba vigilando, evaluando cada uno de sus movimientos. La propuesta del fantasma giraba en su cabeza: un sacrificio de sangre, una forma de liberar a los espíritus atrapados. Pero ¿quién debía ser el sacrificio? ¿Y hasta qué punto estaba dispuesta a llegar para cumplirlo?
Esa mañana, sus amigos decidieron confrontarla. Ya no podían ignorar las señales: Clara no era la misma, y sus actos parecían guiados por algo oscuro y desconocido.
—Clara, tenemos que hablar —dijo Lucas, su rostro reflejando tanto frustración como preocupación—. Esta mansión nos está afectando a todos, pero a ti… te ha cambiado. Queremos ayudarte, pero tienes que ser honesta con nosotros.
Clara los miró, sintiendo un peso creciente en el pecho. Quería decirles la verdad, explicarles que los espíritus necesitaban su ayuda, que solo con un sacrificio podría liberarlos. Pero sabía que sus amigos no comprenderían o, peor aún, se alejarían de ella por miedo. La mansión no los dejaría ir tan fácilmente, y Clara tenía la oscura sospecha de que ya estaban todos atrapados.
—Hay… cosas que no puedo explicar. Esta mansión… no es solo un lugar. Es como si tuviera vida propia, como si todo lo que sucedió aquí aún estuviera ocurriendo —dijo, con la voz temblorosa—. Y creo que fui elegida para liberar a los espíritus atrapados.
El Dilema de Clara
Sus amigos la miraron con incredulidad. Tomás se llevó las manos a la cabeza, tratando de comprender la magnitud de lo que Clara estaba diciendo.
—¿Liberarlos? ¿A qué te refieres? —preguntó Sara, sin poder ocultar el temor en su voz.
Clara vaciló antes de responder. —La maldición… es real. Los espíritus no pueden descansar. Necesitan… necesitan un sacrificio.
Un silencio aterrador cayó sobre el grupo. La palabra “sacrificio” se quedó flotando en el aire, como una amenaza invisible que hacía eco en las paredes de la mansión. Lucas, que había sido su amigo más cercano, se acercó con cautela, mirándola fijamente.
—¿Estás diciendo que uno de nosotros debe morir? —preguntó, con una mezcla de horror y rabia en sus ojos.
Clara desvió la mirada, sintiendo la culpa en su pecho como un peso que la ahogaba. No podía responder directamente. Sabía que ellos no entenderían, y temía perderlos por completo. Pero en el fondo, la conexión con los espíritus se hacía cada vez más fuerte, más demandante.
El Mensaje de los Espíritus
Esa noche, Clara fue la última en quedarse despierta. Se encontraba sola en una de las habitaciones, el diario en sus manos. Su mente era un torbellino de pensamientos cuando, de pronto, escuchó nuevamente aquellos susurros, más claros y firmes que nunca.
"Debes elegir, Clara. La mansión debe ser satisfecha."
Una visión apareció ante sus ojos: un altar en el sótano de la mansión, rodeado de velas negras que arrojaban sombras largas y distorsionadas. Los espíritus estaban allí, observándola con rostros expectantes y ojos vacíos. En el centro del altar, una figura yacía inmóvil, como una ofrenda lista para ser entregada.
Clara sintió un miedo visceral, pero también una extraña paz. Sabía que la mansión la estaba llamando para cumplir el ritual, y en el fondo, comenzaba a aceptar que el sacrificio era inevitable. Los susurros la instaban a tomar una decisión, a asumir el papel que la mansión había elegido para ella.
Decisión Desesperada
A la mañana siguiente, sus amigos la encontraron en el salón principal. Clara parecía pálida y agotada, como si hubiera envejecido años en una sola noche. Lucas se acercó, dispuesto a sacarla de aquel lugar y llevársela a toda costa.
—Clara, esto es una locura. Tenemos que irnos de aquí. Te estás consumiendo, y a nosotros también. La mansión está jugando contigo —dijo, con tono firme.
Pero Clara no se movió. Con voz quebrada, respondió:
—No podemos irnos. Si lo hacemos, no habrá paz para nadie. Esto… es más grande que nosotros. No puedo dejarlos aquí.
Lucas retrocedió, mirándola con una mezcla de compasión y horror. En sus ojos, Clara podía ver el reflejo de su propia desesperación.
—¿Estás diciendo que vas a hacer… lo que ellos quieren? —preguntó, casi en un susurro.
—No es una cuestión de querer, Lucas. Es lo que la mansión exige. Y si no lo hago… todos pagaremos el precio.
Preparativos para el Ritual
La noche siguiente, Clara se deslizó hacia el sótano, cargando con el peso de su decisión. A su alrededor, las sombras parecían moverse en sincronía con sus pensamientos. Las voces se volvían más fuertes, murmurando cánticos que sólo ella podía entender. En el centro de la sala subterránea, un altar aguardaba, cubierto de símbolos antiguos que parecían palpitar con vida propia.
Encendió las velas una a una, sus manos temblorosas pero decididas. Las sombras en las paredes parecían crecer, alargándose como brazos que la rodeaban y la acogían en un abrazo oscuro.
Finalmente, Clara se quedó quieta, observando el altar y sintiendo el poder de la mansión envolviéndola. Sabía que el sacrificio estaba cerca, que el reloj seguía avanzando hacia un destino ineludible.
Detrás de ella, escuchó pasos. Al girarse, vio a sus amigos, que habían seguido su rastro hasta el sótano. Sus miradas eran una mezcla de sorpresa y horror. Clara estaba atrapada entre dos mundos: sus amigos, confundidos y aterrados, y los espíritus que exigían el sacrificio. Sabía que ya no podía dar marcha atrás.
Con voz firme, Clara dijo:
—Lo siento. No puedo detenerlo.
Sus amigos no comprendían del todo, pero sus miradas decían lo suficiente. El sacrificio debía realizarse, y Clara estaba dispuesta a cumplir con el destino oscuro que la mansión había sellado para todos ellos.