El pueblo de San Albino parecía extraído de otra época, atrapado en un lugar donde el tiempo no avanzaba. Las casas, viejas y cubiertas de musgo, se apilaban unas sobre otras a lo largo de calles empedradas que serpenteaban entre la niebla. Helena llegó al atardecer, con su mochila al hombro y la carta en la mano. Las palabras escritas en esa hoja amarillenta eran tan inquietantes como imposibles:
"Helena, no creas lo que te han contado. San Albino guarda secretos que podrían cambiar todo lo que sabes sobre nuestra familia. Encuentra la llave en la casa vieja."
La carta estaba firmada por su abuela, muerta hacía una década. Helena recordó claramente su funeral, así que ¿cómo era posible? Al principio pensó que se trataba de una broma cruel, pero no había ninguna explicación lógica de cómo esa carta había llegado a su buzón. Además, había algo en las palabras que le resultaba auténtico. Algo que, a pesar del miedo, la había llevado hasta allí.
El aire estaba frío, y una sensación de pesadez parecía envolver el pueblo. Mientras caminaba por sus calles, Helena sintió las miradas de los habitantes, que se ocultaban tras cortinas gastadas o miraban desde las sombras. Nadie se atrevió a acercarse a ella, pero sus ojos transmitían algo que no supo descifrar: ¿advertencia o resentimiento?
Llegó a la única posada del lugar, un edificio antiguo con paredes de madera que parecían estar al borde del colapso. El recepcionista, un hombre mayor de aspecto desaliñado, apenas levantó la vista al verla entrar. Le entregó la llave de su habitación con un movimiento brusco y regresó a su escritorio sin decir una palabra.
La habitación era pequeña, con un colchón viejo y un escritorio cubierto de polvo. Helena se dejó caer en la cama, sosteniendo la carta entre sus manos. La había leído tantas veces que conocía cada palabra de memoria, pero seguía buscando un detalle que pudiera haber pasado por alto.
Cuando la noche cayó, algo cambió en el ambiente. Un golpe suave contra la ventana la hizo sobresaltarse. Al principio pensó que era el viento, pero al asomarse solo vio la oscuridad impenetrable del bosque. Trató de tranquilizarse, pero luego escuchó pasos. Lentamente, acercándose por el pasillo.
Helena se levantó con el corazón acelerado. Abrió la puerta de su habitación, pero no había nadie. El corredor estaba vacío, iluminado solo por una lámpara de aceite que titilaba al fondo. Cerró la puerta y trató de convencerse de que su mente le estaba jugando una mala pasada.
Al regresar al escritorio, lo vio. Junto a la carta había una llave oxidada, que no estaba allí antes. La tomó con cuidado, sintiendo su frío metálico. De repente, un susurro llenó la habitación:
"No vengas."
Helena se giró de golpe, pero la habitación estaba vacía. Sin embargo, la sensación de ser observada se hizo más intensa. Sabía que algo estaba esperando por ella en San Albino, y que no había marcha atrás.