Ecos del Abismo

Capítulo 3: La habitación cerrada

Helena se quedó inmóvil frente a la puerta cerrada de golpe. El eco del sonido se disipó lentamente, dejando tras de sí un silencio inquietante. Intentó girar el picaporte, pero no cedió. Estaba atrapada.

Se giró hacia el interior de la casa, su respiración agitada resonando en la penumbra. El espejo fracturado de la sala reflejaba destellos extraños, como si las grietas formaran figuras imposibles. Una ráfaga de viento frío la hizo temblar, pero no había ventanas abiertas. Era como si la casa misma exhalara.

En un intento por recuperar el control, Helena sacó la llave oxidada de su bolsillo. La observó bajo la tenue luz que se filtraba desde el techo. Algo en su forma la inquietaba, como si los bordes estuvieran ligeramente curvados, pero no por desgaste, sino por diseño.

Decidió avanzar. Las escaleras frente a ella llevaban al segundo piso, donde los pasos y la sombra deformada habían desaparecido. Dudó un momento, pero el impulso de encontrar respuestas fue más fuerte. Cada peldaño crujía bajo su peso, como si la madera protestara contra su presencia.

El corredor del segundo piso era estrecho y oscuro. Varias puertas se alineaban a ambos lados, todas cerradas excepto una al fondo, que estaba entreabierta. Desde allí provenía un susurro apenas audible, un murmullo continuo que no lograba entender.

Helena avanzó lentamente, su cuerpo tenso como un resorte. Al llegar a la puerta, empujó con cuidado, revelando una habitación vacía. Las paredes estaban cubiertas de extrañas marcas, arañazos profundos que formaban patrones indescifrables. En el centro de la habitación, un gran baúl de madera oscura reposaba sobre una alfombra polvorienta.

El baúl era imponente, cubierto de inscripciones talladas que recordaban a los símbolos del libro que había visto en la sala. La cerradura era masiva, pero al acercarse, Helena notó algo extraño: la misma llave que tenía en la mano parecía coincidir perfectamente con la forma de la cerradura.

Su mente le gritaba que no lo hiciera, pero algo en su interior, una mezcla de curiosidad y una fuerza inexplicable, la obligó a girar la llave.

El baúl se abrió con un crujido profundo, y un aire helado salió disparado de su interior. Helena retrocedió, cubriéndose el rostro. Cuando el viento cesó, miró dentro. El interior estaba vacío, salvo por una figura en la penumbra: un objeto envuelto en un paño negro.

Se inclinó hacia el baúl, con el corazón latiéndole con fuerza. Retiró el paño con cuidado, revelando un espejo pequeño, antiguo, con un marco ornamentado. Su superficie estaba oscura, como si reflejara una profundidad insondable en lugar de su propio rostro.

Cuando lo levantó, algo cambió. El susurro que había oído antes se transformó en una voz clara y grave:

"Ahora me perteneces."

De repente, el reflejo del espejo no era el suyo. Una figura alta y deforme, con extremidades retorcidas, apareció detrás de ella. Helena se giró con un grito, pero no había nadie. Sin embargo, el peso de esa presencia seguía ahí, ineludible.

Supo en ese momento que había despertado algo que nunca debió ser perturbado.




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