Helena dejó caer el espejo al suelo, pero este no se rompió. En lugar de eso, el vidrio oscuro pareció absorber la luz de la habitación, dejando la estancia aún más sombría. La voz que había escuchado retumbaba en su mente, como un eco que no podía apagar. El aire se tornó más denso, y cada respiración era un esfuerzo.
Miró el baúl, ahora vacío, y sintió cómo una energía inquietante emanaba de él. La presencia que antes había percibido no había desaparecido; al contrario, parecía más fuerte, más tangible. La puerta de la habitación se cerró lentamente detrás de ella con un chirrido, dejándola atrapada.
"¿Quién está ahí?" preguntó con la voz temblorosa, aunque sabía que no obtendría una respuesta clara.
Entonces, el espejo volvió a moverse, y en su superficie apareció una figura. Era la misma criatura que había visto en el reflejo antes: alta, deformada, con extremidades largas y retorcidas. Pero esta vez, la figura no estaba sola. A su lado, una silueta familiar comenzó a materializarse. Helena sintió un nudo en el estómago al reconocerla: era su abuela.
"Helena..." La voz de la figura sonó débil, como un susurro arrastrado por el viento. "Nunca debiste venir aquí."
"¿Abuela?" La incredulidad en su voz era evidente. "¿Qué está pasando? ¿Qué es este lugar? ¿Por qué me enviaste la carta?"
La silueta de su abuela parecía luchando por mantenerse estable, como si la energía de la casa la estuviera debilitando. "No fui yo quien te llamó, pero sabía que llegarías. Este lugar es una prisión, Helena. Un pacto maldito que nuestra familia selló hace generaciones."
Helena sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. "¿De qué estás hablando? ¿Qué pacto?"
Antes de que su abuela pudiera responder, la criatura deformada en el espejo se movió, avanzando hacia el vidrio como si quisiera atravesarlo. Las grietas del espejo comenzaron a expandirse, y la figura de su abuela empezó a desvanecerse.
"Tienes que detenerlo antes de que sea demasiado tarde." Fueron las últimas palabras de su abuela antes de desaparecer por completo.
El espejo estalló en mil pedazos, y una fuerza invisible empujó a Helena contra la pared. La criatura, ahora completamente fuera del espejo, se alzó frente a ella, llenando la habitación con su presencia oscura y retorcida. Sus ojos brillaban como brasas, y su aliento era frío y nauseabundo.
"El pacto debe cumplirse," dijo la criatura con una voz que parecía provenir de las profundidades de la tierra.
Helena sintió que algo se movía en su bolsillo. Sacó la llave oxidada, que ahora brillaba con una luz antinatural. Sin saber por qué, comprendió que era la única herramienta que tenía para enfrentarse a aquello.
Reuniendo todo el coraje que pudo, levantó la llave hacia la criatura. La luz que emanaba pareció hacerla retroceder ligeramente, pero no lo suficiente. Entonces, recordó las marcas en las paredes, los símbolos que había visto. Tal vez, de alguna manera, estaban conectados con lo que estaba ocurriendo.
Corrió hacia las paredes, trazando los patrones con sus dedos mientras sujetaba la llave. Las marcas comenzaron a brillar tenuemente, y la criatura soltó un gruñido que reverberó en toda la casa.
"No sabes lo que estás desatando," rugió la criatura, pero Helena no se detuvo.
El suelo comenzó a temblar, y un grito ensordecedor llenó el aire mientras la criatura retrocedía hacia las sombras. Pero antes de desaparecer por completo, dejó escapar una última advertencia:
"Esto es solo el principio."
Helena cayó al suelo, exhausta, mientras la casa volvía al silencio. Pero sabía que lo que acababa de suceder no era el final, sino el comienzo de algo mucho más oscuro.