Helena respiraba con dificultad, rodeada por los fragmentos del espejo roto. Cada pedazo reflejaba algo distinto: su rostro, pero en versiones que no eran suyas. Una Helena con lágrimas de sangre; otra con una expresión vacía, como si estuviera muerta; y una última que la miraba fijamente con odio.
Trató de apartar la vista, pero algo en esos fragmentos parecía atraerla. Era como si los espejos quisieran hablarle, como si cada uno contuviera una parte de un secreto que debía entender. La llave oxidada en su mano comenzó a calentarse, como si respondiera a la energía del espejo destruido.
De pronto, el suelo bajo sus pies se estremeció. Una grieta comenzó a abrirse, surcando la madera como una herida que se expandía rápidamente. Desde su interior surgió un vapor oscuro, espeso, que llenó la habitación con un olor acre. Helena retrocedió, pero tropezó y cayó de espaldas. Cuando miró hacia la grieta, vio algo que la dejó sin aliento.
Ojos. Docenas de ellos. Se abrían y cerraban dentro de la negrura, observándola desde algún lugar que no era de este mundo.
"No hay escape," murmuraron las voces desde la grieta, una mezcla de susurros y gritos que parecían surgir desde lo más profundo de la tierra.
Helena se levantó de un salto, apretando la llave con fuerza, y corrió hacia el corredor. Las sombras en las paredes parecían alargarse, intentando atraparla. El libro que había dejado sobre la mesa comenzó a arder con un fuego negro, que no consumía las páginas pero llenaba el aire con un calor sofocante.
Llegó a las escaleras, subiendo dos escalones a la vez, mientras sentía que algo la perseguía. No se atrevía a mirar atrás, pero el sonido de pasos múltiples, pesados y desiguales, la acosaba.
Cuando alcanzó el segundo piso, una puerta al final del pasillo se abrió sola, emitiendo un crujido largo y lastimero. Helena sabía que no debía entrar, pero algo, una fuerza invisible, la empujó hacia allí.
La habitación era más pequeña de lo que esperaba. Las paredes estaban cubiertas de espejos, cada uno de ellos mostrando imágenes que parecían cobrar vida. Algunos reflejaban el pasillo que acababa de cruzar, pero con sombras que lo atravesaban. Otros mostraban imágenes de un bosque, un altar cubierto de símbolos y… una versión de ella misma. En ese reflejo, Helena sostenía un cuchillo ensangrentado.
"La elección es tuya," dijo una voz desde los espejos.
Era la misma voz gutural que había escuchado antes, pero esta vez venía desde todos los reflejos a la vez. Helena miró alrededor, buscando la fuente, cuando uno de los espejos mostró algo que la paralizó.
Era su abuela, encadenada, en algún lugar oscuro que no podía identificar. Las cadenas estaban rodeadas por símbolos grabados en piedra, los mismos que había visto en las paredes de la casa.
"Rómpelo."
La voz de su abuela era débil, pero desesperada. Helena extendió la mano hacia el espejo, y al tocarlo, una corriente helada atravesó su cuerpo. Todo a su alrededor comenzó a girar, y las imágenes de los espejos se rompieron en un caos de gritos y visiones.
De pronto, estaba de nuevo en la habitación, pero esta vez no estaba sola. Frente a ella, una figura encapuchada sostenía un espejo ovalado, cuyo reflejo parecía devorar la luz.
"¿Estás lista para pagar el precio?" preguntó la figura, mientras extendía el espejo hacia Helena.
Ella no respondió. Apretó la llave en su mano, sintiendo que la única forma de sobrevivir era enfrentarse a lo que fuera que estuviera detrás de todo esto.
Pero entonces, el espejo comenzó a mostrar algo diferente: no su rostro, ni el de la figura encapuchada, sino el bosque que rodeaba San Albino. Y en ese bosque, enterrado bajo un árbol seco, algo brillaba débilmente.
"La decisión es tuya, pero el tiempo se acaba."
Helena sintió cómo la habitación comenzaba a desmoronarse, las paredes agrietándose, los espejos cayendo en pedazos. Pero la figura encapuchada permaneció inmóvil, su presencia tan sólida como un muro, esperando su respuesta.
Sabía que no podía quedarse. Corrió hacia la puerta mientras todo se derrumbaba tras de ella, con el eco de la voz gutural persiguiéndola:
"Nadie escapa del pacto."