Ecos del Abismo

Capítulo 7: El bosque de los susurros

Helena emergió de la casa justo antes de que el último espejo cayera en mil pedazos. La puerta principal se cerró de golpe tras ella, como si el mismo lugar la estuviera expulsando. Se dobló sobre sí misma, tratando de recuperar el aliento, mientras su mente trataba de procesar lo que acababa de vivir.

El bosque al frente de San Albino estaba envuelto en una neblina aún más espesa que la del pueblo, y el aire parecía pesado, cargado de algo invisible pero tangible. Su mirada se fijó en el sendero que llevaba hacia los árboles. Lo había visto antes, en el espejo.

El árbol seco.

La llave en su mano parecía vibrar, como si intentara guiarla. Helena tragó saliva, sabiendo que no tenía otra opción. Si lo que vio en el espejo era real, el árbol ocultaba algo importante. Algo que podía darle respuestas... o terminar con todo.

Mientras cruzaba el límite del bosque, la sensación de ser observada regresó con una fuerza abrumadora. Las ramas de los árboles crujían a su alrededor, aunque no había viento. Los pasos de Helena resonaban sobre las hojas secas, pero juraría que escuchaba otros, más suaves, siguiéndola a distancia.

"No mires atrás," se repitió a sí misma, recordando las advertencias de su abuela en el reflejo. Pero cada fibra de su ser sentía la necesidad de girar, de comprobar si algo la estaba acechando.

Un susurro rompió el silencio. Era tan débil que no podía entender las palabras, pero su tono era inconfundible: la llamaban. Los árboles parecían inclinarse hacia ella, y en algunos troncos comenzaron a aparecer las mismas marcas que había visto en la casa.

Finalmente, llegó al claro. El árbol seco estaba ahí, exactamente como lo había visto en el espejo. Sus ramas retorcidas se alzaban hacia el cielo, como garras que querían desgarrarlo. Al pie del árbol, el suelo parecía más oscuro, como si hubiera absorbido algo maligno.

Helena cayó de rodillas, con la llave apretada entre sus dedos. Comenzó a cavar con las manos, el frío de la tierra filtrándose en su piel. Cada movimiento parecía más difícil que el anterior, como si algo invisible tratara de detenerla.

Después de lo que pareció una eternidad, sus dedos chocaron con algo duro. Era una caja pequeña, cubierta de grabados similares a los de los espejos y las paredes.

La llave se calentó de nuevo en su mano, casi quemándola. Sabía lo que tenía que hacer. Con un movimiento tembloroso, la insertó en la cerradura y giró.

Un chasquido resonó, y la caja se abrió.

En su interior había un objeto envuelto en un paño negro. Lo sacó con cuidado, desenrollándolo lentamente. Era un espejo, pequeño y ovalado, idéntico al que sostenía la figura encapuchada. Pero este parecía... vivo. La superficie líquida del cristal se movía como si respirara, y al mirarlo, Helena sintió un escalofrío recorrerle la columna.

"Helena," susurró una voz familiar.

Era su abuela. Pero esta vez, no estaba en un reflejo ni encadenada. Su rostro emergió de la superficie del espejo, pálido y lleno de tristeza.

"No puedes escapar. Solo puedes elegir quién pagará el precio."

Antes de que Helena pudiera responder, un rugido estremeció el bosque. Algo se movía entre los árboles, acercándose con rapidez. La voz de su abuela se desvaneció, y el espejo comenzó a brillar con un resplandor tenue.

Helena sabía que debía correr, pero sus pies parecían pegados al suelo. En ese momento, comprendió que había despertado algo que no podía controlar. Y ahora, lo que fuera que estaba atrapado en San Albino, venía por ella.




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