Ecos del Abismo

Capítulo 9: El legado oscuro

El regreso de Helena al pueblo fue silencioso y pesado. La llave, el espejo y las palabras grabadas en su mente parecían consumir todo pensamiento lógico. “El círculo se cierra”, decía el espejo roto, como una sentencia escrita por un juez invisible.

San Albino estaba desierto, aún más que antes. Las ventanas de las casas estaban cerradas, pero Helena podía sentir los ojos observándola desde las sombras. El aire, siempre gélido, parecía vibrar con una tensión palpable.

La posada apareció frente a ella como un refugio frágil en medio de la tormenta. Pero al cruzar la puerta, supo que algo había cambiado. El recepcionista, siempre tan taciturno, ahora estaba en medio de la sala, con la mirada fija en el suelo.

—Sabías que vendría —dijo Helena con una mezcla de enojo y desesperación.

El hombre levantó la vista lentamente. Sus ojos estaban hundidos, y su piel, pálida como la cera, parecía no haber tocado el sol en décadas.

—Siempre vuelven los que llevan la marca —respondió, su voz apenas un susurro.

Helena se estremeció.

—¿Qué significa? ¿Qué círculo?

El hombre suspiró, levantándose con dificultad. Caminó hacia un armario polvoriento en la esquina y sacó un libro encuadernado en cuero. Era grueso, con páginas amarillentas llenas de símbolos y notas en una escritura temblorosa. Lo colocó sobre la mesa frente a Helena.

—Tu familia… siempre estuvo ligada a San Albino —dijo mientras pasaba las páginas—. Pero no de la manera en que crees. Tu abuela intentó advertirte, pero fue demasiado tarde para ella.

Helena sintió un nudo en la garganta mientras miraba el libro. Allí, en una de las páginas, vio un dibujo del árbol seco, rodeado por un grupo de personas encapuchadas.

—Esto es un ritual —murmuró.

El recepcionista asintió.

—No cualquier ritual. Este pueblo fue fundado sobre un pacto. Tus antepasados lideraron el sacrificio original, sellando un acuerdo con… algo que no pertenece a este mundo. Cada generación paga el precio, pero siempre es la sangre de la familia quien cierra el ciclo.

Helena retrocedió, incapaz de procesar las palabras.

—¿Mi madre? ¿Qué hizo ella?

El hombre tragó saliva antes de responder:

—Tu madre rompió las reglas. Intentó escapar del círculo, creyendo que podía salvarse a sí misma y a ti. Pero lo que despertaron no se detiene. Siempre cobra su deuda.

Las imágenes en el espejo volvieron a su mente: su madre en el ritual, su rostro pálido, la mirada desesperada. Había sido parte de todo desde el principio, y Helena nunca lo supo.

—¿Qué soy entonces? —preguntó en voz baja, casi temiendo la respuesta.

El recepcionista la miró con algo parecido a la compasión.

—Eres la llave final. Si el ritual no se completa, el círculo no se cierra y todo lo que fue sellado aquí será liberado.

El espejo en su mano comenzó a brillar débilmente de nuevo. Un reflejo apareció en su superficie rota: el rostro de su madre, con lágrimas de sangre deslizándose por sus mejillas.

—Helena… no permitas que te usen —dijo la voz de su madre desde el espejo.

Antes de que pudiera responder, un golpe fuerte resonó en la puerta de la posada. El recepcionista se tensó, y su rostro perdió todo color.

—Ya saben que estás aquí —dijo con urgencia—. Y no te dejarán ir.

Helena apretó el espejo y la llave, sintiendo cómo el peso del legado de su familia se cernía sobre ella. El destino de San Albino, y tal vez de algo más grande, dependía de lo que decidiera hacer a continuación.




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