El bosque se cerraba a su alrededor, como si la misma naturaleza intentara detener su avance. Las ramas parecían alargarse, atrapando su cabello y ropa, mientras un viento helado susurraba palabras que Helena no podía entender. Cada paso la acercaba al árbol seco que había visto en sus visiones, y con cada metro recorrido, su corazón latía con más fuerza.
El espejo que llevaba en su mano vibraba con un calor extraño, como si algo dentro de él quisiera salir. Helena no podía evitar mirarlo, buscando respuestas entre las grietas del vidrio. Fue entonces cuando lo vio: el reflejo del árbol, con la caja de piedra en su base, pero esta vez rodeado de figuras encapuchadas que sostenían velas negras.
Se detuvo en seco, mirando a su alrededor. No había nadie, pero la sensación de estar siendo observada era sofocante.
—Esto es una trampa —susurró, apretando la llave contra su pecho.
El suelo bajo sus pies se sentía más blando, casi fangoso, como si el bosque en sí estuviera podrido. Cuando finalmente llegó al árbol seco, lo encontró tal y como lo había visto en sus visiones. Las raíces sobresalían del suelo como garras deformes, y la caja de piedra estaba parcialmente enterrada entre ellas, cubierta de símbolos que brillaban débilmente con una luz verdosa.
Helena se arrodilló frente a la caja, sosteniendo la llave con manos temblorosas. Sabía que esto no sería fácil. Algo en su interior le decía que abrirla no solo traería respuestas, sino que también desataría algo mucho más oscuro.
—¿Qué hago? —susurró, buscando una señal, pero el espejo permaneció en silencio.
Antes de que pudiera decidirse, un crujido detrás de ella la hizo girar. Allí, en la penumbra, estaba el recepcionista. Su rostro estaba más pálido que nunca, y su mirada, cargada de urgencia.
—Helena, detente. No sabes lo que estás a punto de hacer —dijo con voz temblorosa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, levantándose rápidamente.
—Te seguí porque sabía que lo intentarías. Esa caja no es una respuesta, es un arma. Fue creada para contener algo que tu familia no pudo controlar. Si la abres… todo lo que sellaron escapará.
Helena sintió una punzada de duda, pero algo dentro de ella se resistía a retroceder.
—¿Por qué debería creer en ti? Mi madre me dejó pistas. Ella quería que llegara aquí.
—Tu madre intentó protegerte, no empujarte a tu destrucción —respondió el hombre, acercándose lentamente—. Ese espejo te muestra lo que quiere que veas. Todo esto es un juego, y tú eres la pieza final.
Helena retrocedió, apretando la llave.
—Entonces, ¿por qué siento que este es el único camino?
El hombre suspiró, pero antes de que pudiera responder, un grito desgarrador rompió el silencio del bosque. Era un sonido inhumano, una mezcla de dolor y furia que parecía venir de todas partes.
—Ya saben que estás aquí —dijo el recepcionista, con los ojos llenos de miedo—. Si no tomas una decisión pronto, ellos lo harán por ti.
Helena miró la caja, sintiendo el peso de generaciones de secretos oscuros sobre sus hombros. ¿Abrirla y arriesgarse a liberar algo peor, o dejarla cerrada y permitir que el ciclo continúe, reclamando más vidas inocentes?
Con las manos temblando, colocó la llave en la cerradura. El aire a su alrededor pareció detenerse, y el bosque quedó en un silencio absoluto.
Antes de girar la llave, murmuró para sí misma:
—Si esto es un error, al menos será mío.
La cerradura hizo un clic, y el mundo pareció contener la respiración.