Ecos del Abismo

Capítulo 12: El Reloj de las Almas

La caja se abrió con un chirrido profundo, como si el metal oxidado protestara ante la decisión de Helena. Una densa niebla negra comenzó a escapar del interior, serpenteando por el aire como un ser vivo. Helena retrocedió, incapaz de apartar la mirada del contenido: un pergamino antiguo envuelto en una cinta roja, cubierta de símbolos que parecían arder con un brillo débil.

El recepcionista dio un paso hacia ella, con el rostro pálido y los ojos fijos en la caja.

—Helena, no toques eso. Es el sello que mantiene el equilibrio. Si lo rompes… —su voz se quebró, incapaz de terminar la frase.

—¿El equilibrio? —Helena lo miró con incredulidad, aferrando el espejo con fuerza—. ¿El equilibrio es permitir que estos seres manipulen nuestras vidas? ¿Qué clase de justicia es esa?

Antes de que pudiera obtener una respuesta, un rugido estremecedor resonó desde las profundidades del bosque. El suelo tembló bajo sus pies, y la niebla negra que había salido de la caja comenzó a expandirse, envolviendo las raíces del árbol seco y oscureciendo todo a su alrededor.

El recepcionista intentó acercarse, pero una fuerza invisible lo arrojó hacia atrás. Helena lo vio caer al suelo, inconsciente, mientras la niebla parecía formar figuras humanoides, con ojos brillantes como brasas.

—Finalmente… libre —susurró una voz gutural, que parecía venir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.

Helena se giró hacia el árbol, viendo cómo la figura de una mujer emergía de la niebla. Su rostro estaba cubierto por un velo negro, pero sus ojos, profundos y oscuros, parecían atravesar a Helena.

—Eres su descendiente. Eres el lazo que nos conecta al mundo mortal —dijo la figura, extendiendo una mano hacia ella—. Dame el pergamino, y te liberarás de este destino.

Helena retrocedió, con el corazón martillando en su pecho.

—¿Qué eres? —preguntó, aunque una parte de ella ya sabía la respuesta.

—Soy lo que tu familia selló hace siglos. Soy el origen del pacto, la sombra que alimenta el ciclo. Y tú, niña, tienes el poder de romperlo o perpetuarlo.

Helena miró el pergamino, sintiendo el peso de las palabras de la figura. La niebla a su alrededor se movía con más rapidez, como si estuviera esperando su decisión.

—¿Qué ocurre si lo destruyo? —preguntó, apretando el pergamino en sus manos.

La figura rió, un sonido escalofriante que resonó en sus huesos.

—Si lo destruyes, todo lo que protegí se desmoronará. El equilibrio se romperá, y no habrá barrera entre este mundo y el nuestro. Pero, por supuesto, serás libre.

Helena sintió un nudo formarse en su garganta. Destruir el pergamino significaba arriesgarse a desatar el caos absoluto, pero conservarlo solo perpetuaría el ciclo de sufrimiento que su familia había enfrentado durante generaciones.

—Elige, Helena —susurró la figura—. Cada segundo que dudas, el abismo se acerca más.

De repente, el recepcionista comenzó a moverse. A pesar de estar herido, logró levantarse con esfuerzo y gritó:

—¡No confíes en ella! Es una mentirosa. Ese pergamino no es la clave para la libertad, es su vínculo con este mundo. Si lo destruyes, no la liberas: la encadenas para siempre.

Helena lo miró, confundida, mientras la figura gruñía con furia. Las sombras que la rodeaban se lanzaron hacia el recepcionista, arrastrándolo hacia las raíces del árbol.

—¡Corre, Helena! —gritó él, antes de que su voz se perdiera en el abismo.

Helena se quedó sola, enfrentando a la figura y con el pergamino en sus manos. Las sombras se acercaban, y la niebla se hacía más densa. Solo tenía segundos para decidir.

Tomó una respiración temblorosa y levantó el pergamino, mirando la cinta roja que lo envolvía.

—Si este es mi destino, lo enfrentaré.

Con un movimiento decidido, arrancó la cinta, y el pergamino se desplegó, liberando una luz cegadora que atravesó la niebla y las sombras.

El grito de la figura resonó como un lamento interminable mientras todo a su alrededor comenzaba a desmoronarse. Helena cerró los ojos, sintiendo cómo el mundo se derrumbaba bajo sus pies.

Cuando la luz se desvaneció, abrió los ojos y se encontró en el mismo lugar, pero todo estaba diferente. La caja estaba cerrada de nuevo, y el bosque estaba en completo silencio.

Sin embargo, sabía que nada había terminado. El pergamino seguía en sus manos, y el eco de una voz le susurró al oído:

—Esto es solo el comienzo.




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