El bosque estaba en completo silencio, como si el grito de la figura hubiera absorbido toda vida y sonido. Helena permanecía de pie junto al árbol seco, sosteniendo el pergamino en sus manos temblorosas. Aunque parecía que el caos se había detenido, una sensación persistente de opresión seguía acechándola. Algo había cambiado.
La caja de piedra estaba cerrada otra vez, pero el aire a su alrededor era diferente. Era más denso, casi irrespirable. Helena se giró hacia donde había estado el recepcionista, pero el suelo estaba vacío, sin rastro alguno de él.
—¿Qué he hecho? —murmuró, mirando el pergamino que parecía pulsar con una energía propia.
El papel, amarillento y frágil, ahora tenía palabras que no estaban allí antes. Letras oscuras y vibrantes que cambiaban de forma cuando intentaba enfocarlas. Algo dentro de ella le decía que no debía leerlo, pero otra parte sentía una atracción irrefrenable hacia esas palabras.
De repente, un crujido detrás de ella rompió el silencio. Helena se giró rápidamente, con el corazón a punto de salirse de su pecho. Entre las sombras del bosque, algo se movía.
—¿Quién está ahí? —gritó, intentando sonar valiente, aunque su voz tembló al final.
Un hombre emergió de las sombras. Era alto, con una chaqueta oscura y ojos afilados que brillaban como cuchillas bajo la tenue luz. Su rostro estaba marcado por cicatrices, y su expresión era una mezcla de curiosidad y cautela.
—Así que eres tú —dijo, con una voz profunda que resonó en el aire pesado—. La descendiente que finalmente rompió el sello.
Helena retrocedió un paso, apretando el pergamino contra su pecho.
—¿Quién eres? ¿Y qué significa esto? —preguntó, señalando la caja y luego el pergamino.
El hombre no respondió de inmediato. Dio unos pasos hacia el árbol seco, pasando su mano por las raíces retorcidas con una especie de respeto sombrío.
—Mi nombre no importa. Lo que importa es lo que has desatado. Este bosque… este pueblo… están vivos gracias al sello que ahora está fracturado. Y eso que estaba atrapado, ahora tiene un camino.
Helena sintió un nudo en el estómago.
—Yo… solo intentaba detener todo esto. Pensé que si abría la caja, encontraría respuestas.
El hombre se rió, pero no había humor en su voz.
—Respuestas, tal vez. Pero no todas las respuestas son lo que esperas. Lo que estaba atrapado en esa caja no era solo oscuridad, era una promesa. Una deuda que tu familia asumió generaciones atrás.
Helena lo miró confundida.
—¿Deuda? ¿Qué tipo de deuda?
El hombre la miró directamente, y por un instante, Helena sintió que sus ojos veían más allá de su piel, directo a su alma.
—La sangre de tu familia selló un pacto. Algo grande y terrible fue contenido, pero todo pacto tiene un precio. Ahora que el sello está debilitado, lo que está al otro lado intentará cruzar. Y tú eres la llave.
Helena negó con la cabeza, retrocediendo aún más.
—No… no puedo ser la llave. Yo no pedí esto.
—Nadie lo pide, pero no importa. Ahora debes decidir: ¿restaurar el sello o abrir por completo las puertas?
Antes de que pudiera responder, un sonido desgarrador resonó desde el bosque. Era un grito, pero no humano, una mezcla de furia y sufrimiento que hizo que el aire temblara. Las sombras comenzaron a moverse, cobrando formas imposibles, mientras una bruma negra emergía desde el suelo, arrastrándose como si tuviera vida propia.
El hombre se giró hacia las sombras, desenfundando un cuchillo de hoja brillante.
—No hay tiempo para dudar. Si no decides pronto, ellos decidirán por ti.
Helena miró el pergamino, sintiendo que ardía en sus manos. Las palabras en su superficie brillaban con un rojo intenso, como si esperaran ser leídas.
—¿Qué hago? —gritó, mirando al hombre.
—Tú sabrás qué hacer —respondió, antes de lanzarse hacia las sombras con una fuerza sorprendente.
Helena lo vio desaparecer entre la bruma, luchando contra algo que apenas podía distinguir. Estaba sola de nuevo, con el pergamino y el eco de las palabras del hombre resonando en su mente.
El grito volvió a resonar, esta vez más cerca, y la tierra bajo sus pies comenzó a temblar. Helena sabía que debía tomar una decisión, pero no podía evitar sentir que, cualquiera que fuera su elección, ya había cruzado un umbral del que no podía regresar.
¿Helena restaurará el sello o permitirá que lo desconocido cruce al mundo? Las sombras se acercan, y cada paso que da la acerca más a la verdad… o a su destrucción.