El suelo seguía temblando bajo los pies de Helena, y la bruma negra que emergía del bosque parecía tomar forma, alzándose como si tuviera conciencia. Frente a ella, el pergamino brillaba con una intensidad que quemaba sus manos, pero no podía soltarlo. Era como si algo invisible lo mantuviera pegado a su piel, pulsando como un corazón vivo.
Helena sintió un dolor agudo en la cabeza, como si mil voces estuvieran luchando por hacerse oír al mismo tiempo. Pero entre ese caos, una voz surgió con claridad, profunda y resonante, como si viniera desde las mismas entrañas de la tierra:
—Helena... descendiente de los guardianes. Sabemos quién eres. Y sabemos lo que temes.
Helena miró a su alrededor, buscando el origen de la voz, pero no había nadie. Solo el bosque, oscuro e interminable, y las figuras sombrías que se movían en la niebla.
—¿Quién eres? —gritó, su voz quebrada por el miedo.
La voz respondió, con una risa que hizo que el aire a su alrededor se congelara:
—Somos aquello que tu linaje juró encerrar. Somos lo que siempre ha estado al otro lado, esperando... observando... Y ahora, gracias a ti, estamos más cerca que nunca.
Helena retrocedió, sintiendo cómo la niebla comenzaba a rodearla, fría y pesada, como si intentara arrastrarla hacia el suelo.
—Yo no quería esto. Solo quería respuestas.
—Y las tendrás, pero todo conocimiento tiene un precio. ¿Estás dispuesta a pagarlo?
Helena cerró los ojos, tratando de bloquear la voz, pero no podía. Era como si hablara directamente en su mente, cada palabra resonando en lo más profundo de su ser.
De repente, el bosque cambió. Ya no estaba de pie junto al árbol seco ni rodeada por la niebla. Ahora estaba en una sala oscura, con paredes de piedra que parecían cerrarse a su alrededor. Frente a ella había un enorme trono, tallado en lo que parecía ser hueso, y sentado en él estaba una figura que no podía distinguir claramente. Era como si la oscuridad misma formara su cuerpo, pero sus ojos brillaban con un rojo ardiente, fijos en ella.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó Helena, luchando por mantener la compostura.
La figura inclinó la cabeza, como si la estuviera estudiando.
—Lo único que siempre hemos querido: cruzar. Y tú, querida Helena, tienes la llave para abrir las puertas. Pero tranquilo, no tienes que hacerlo sola. Puedo darte lo que más deseas a cambio. Puedo darte respuestas, poder... o incluso libertad. Todo depende de ti.
Helena sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Las palabras de la figura eran tentadoras, pero también llenas de peligro.
—¿Y si me niego? —preguntó, con la voz apenas audible.
La figura se levantó del trono, su forma creciendo hasta llenar casi toda la sala.
—Si te niegas, serás devorada por aquello que no comprendes. Este juego ya no es solo tuyo, Helena. Cada segundo que pasa, el sello se debilita. O decides, o el mundo decide por ti.
La sala desapareció tan rápido como había aparecido, y Helena se encontró de nuevo en el bosque. Las sombras estaban más cerca ahora, y el rugido gutural que había escuchado antes parecía resonar desde todas partes.
De repente, el hombre de las cicatrices reapareció, saliendo de la bruma con sangre goteando de su frente y su cuchillo todavía en la mano.
—¿Qué viste? —preguntó, sin aliento, pero con una urgencia que hizo que Helena entendiera que no tenían mucho tiempo.
Ella miró el pergamino en sus manos y luego al hombre.
—Vi… algo. Alguien. Me ofreció respuestas, pero también algo más.
El hombre maldijo en voz baja.
—Lo sabía. Intentará manipularte. Pero escucha, Helena: todo lo que diga será una mentira. No importa lo que ofrezca, no debes confiar en ello.
Helena sintió que la duda comenzaba a instalarse en su mente.
—¿Y si está diciendo la verdad? ¿Y si destruir el pergamino es lo que realmente necesitamos?
El hombre la agarró del brazo, sus ojos llenos de una desesperación que no había mostrado antes.
—Escúchame. Esto no se trata solo de ti o de tu familia. Si cruzan… no habrá marcha atrás.
Un rugido ensordecedor los interrumpió, y ambos giraron hacia el bosque, donde las sombras comenzaban a fusionarse en una forma gigantesca, grotesca, con múltiples extremidades y ojos que brillaban como antorchas en la oscuridad.
El hombre la empujó.
—¡Corre, Helena!
Ella dudó por un segundo, pero luego obedeció, corriendo hacia el pueblo mientras el bosque detrás de ella se llenaba de gritos y rugidos. Sentía que algo la seguía, cada vez más cerca, pero no podía detenerse.
Cuando finalmente llegó a la plaza principal, se giró, esperando ver al hombre detrás de ella. Pero no había nadie. Solo la niebla, que ahora comenzaba a envolver también las calles del pueblo.
Y entonces lo escuchó otra vez. La voz.
—Esto no ha terminado, Helena. Apenas ha comenzado.
El juego de Helena está más peligroso que nunca. ¿Puede confiar en alguien, o las mentiras la envolverán por completo? ¡La verdad está cerca, pero también lo está la oscuridad!