Capítulo 15: El Umbral del Olvido

La niebla cubría cada rincón del pueblo como un velo insidioso, espesándose con cada paso que Helena daba hacia la casa vieja. No sabía por qué estaba regresando, pero algo en su interior la empujaba, un impulso tan poderoso como el latido en su pecho. El pergamino, ahora oculto en su mochila, parecía quemar a través de la tela, recordándole su presencia constante.

Cuando llegó a la entrada de la casa, notó algo diferente. La puerta, que antes había estado cerrada, ahora estaba entreabierta, dejando escapar un tenue resplandor rojizo. Helena tragó saliva y empujó con cuidado la madera podrida. El chirrido resonó en la oscuridad, pero la casa permaneció en un silencio sepulcral.

Dentro, el aire estaba cargado de un olor rancio, como si el tiempo mismo se hubiera detenido y corrompido. Cada paso que daba hacía crujir las tablas bajo sus pies, y las sombras en las paredes parecían moverse con vida propia. Helena apretó el cuchillo que había tomado del hombre en el bosque, sintiendo su fría hoja contra su palma sudorosa.

De repente, el sonido de un reloj resonó desde algún lugar profundo de la casa. No un tic-tac común, sino uno lento y ominoso, como si cada segundo fuera un recordatorio de algo que se acercaba. Siguió el sonido, atravesando un pasillo que parecía alargarse más de lo que recordaba, hasta llegar a una puerta que no había visto antes.

La puerta estaba decorada con símbolos tallados que no podía entender, pero que provocaban un escalofrío en su espalda. Helena dudó, pero el sonido del reloj era más fuerte ahora, como si estuviera justo detrás de la puerta. Con un suspiro tembloroso, giró el pomo.

La habitación que encontró no tenía sentido. No era parte de la casa vieja. Era un espacio vasto, infinito, donde las paredes parecían estar hechas de sombras vivas, retorciéndose y murmurando. En el centro, flotando en el aire, estaba un reloj de péndulo, su madera desgastada cubierta de inscripciones similares a las de la puerta. El péndulo oscilaba lentamente, pero no producía ningún sonido. En cambio, las sombras parecían responder a su movimiento, creciendo y encogiéndose con cada oscilación.

—Has llegado lejos, Helena. Más de lo que muchos se atreverían.

La voz surgió de las sombras, pero esta vez no era una sola. Era un coro, profundo y aterrador, que parecía hablar directamente dentro de su mente. Helena levantó el cuchillo, pero sus manos temblaban.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—La misma pregunta, una y otra vez. Pero la respuesta está frente a ti. Tú eres la llave y el candado. Lo único que debes decidir es si abrirás las puertas… o las cerrarás para siempre.

Helena se acercó al reloj, sintiendo una atracción inexplicable hacia él. El péndulo comenzó a oscilar más rápido, y las sombras a su alrededor se arremolinaban como una tormenta.

—Si abro las puertas… ¿qué sucede? —preguntó, sabiendo que la respuesta no sería sencilla.

—Traerás el final y el principio. La muerte y la vida. Serás la creadora de un nuevo ciclo… pero a un precio que no puedes imaginar.

De repente, una figura surgió de las sombras. Era el hombre de las cicatrices, pero su rostro estaba pálido y sus ojos vacíos, como si no fuera más que una marioneta. En su mano, sostenía otro pergamino, similar al que Helena llevaba consigo.

—Debes elegir, Helena. Pero recuerda: no todos los caminos conducen a la redención.**

La figura extendió el pergamino hacia ella, y el reloj comenzó a sonar nuevamente, esta vez con un ritmo ensordecedor que hacía vibrar el suelo bajo sus pies.

Helena sintió que su cuerpo se dividía entre el miedo y la determinación. Podía tomar el pergamino o destruir el que ya tenía. Pero sabía que cualquiera de las dos opciones desencadenaría algo que no podía controlar.

Cuando extendió su mano hacia la decisión final, las sombras la envolvieron, y todo se desvaneció en la oscuridad.

El destino de Helena está cerca de revelarse, pero ¿será ella quien controle su futuro, o ya es demasiado tarde?