Capítulo 16: Ecos del Destino

La oscuridad que envolvía a Helena era absoluta. No podía distinguir nada a su alrededor, ni siquiera sus propias manos. Sin embargo, sentía el peso del pergamino en su mochila, como un recordatorio constante de la elección que acababa de tomar.

De repente, un leve destello rompió la negrura, iluminando un camino que parecía no tener fin. Era como si alguien hubiera dibujado un sendero en el aire con fuego líquido, serpenteando hacia lo desconocido. Helena se obligó a caminar, a pesar del miedo que oprimía su pecho. Cada paso parecía resonar en un vacío infinito, como si el mundo estuviera escuchándola avanzar.

La voz regresó, pero esta vez no era un coro. Era una sola, profunda y siniestra, aunque había algo extrañamente familiar en ella.

—Has cruzado el umbral, Helena. Ahora no hay marcha atrás.

Helena detuvo su andar, buscando el origen de las palabras.

—¿Quién eres? —preguntó, su voz sonando más firme de lo que se sentía.

—Soy lo que siempre ha estado aquí. La sombra detrás de cada decisión. El eco de cada elección. Soy aquello que tu familia trató de esconder… pero también soy parte de ti.

—¿De mí? —Helena apretó los puños, tratando de controlar el temblor en sus manos—. No entiendo nada.

El fuego del sendero creció, formando figuras que se retorcían en el aire. Eran imágenes que cambiaban constantemente: un bosque, un reloj, el rostro de su abuela, y luego… el suyo propio.

—Siempre has sido la clave, Helena. El último guardián de este ciclo. Tu familia sabía que este momento llegaría, pero te escondieron la verdad. Creyeron que al mantenerte en la ignorancia podrían retrasar lo inevitable.

—¿Qué verdad? —insistió, dando un paso hacia las figuras de fuego.

La voz hizo una pausa, como si saboreara su respuesta antes de hablar.

—Que no eres solo Helena. Eres la puerta y la llave. Eres el vínculo entre este mundo y el siguiente. Y ahora, todo depende de ti.

Helena sintió un escalofrío recorrer su espalda. Todo lo que había vivido hasta ahora apuntaba a este momento, pero las piezas no terminaban de encajar.

—¿Qué pasa si elijo cerrar las puertas? —preguntó con cautela.

El fuego se intensificó, formando ahora una figura humanoide que parecía observarla con ojos brillantes.

—Si las cierras, condenarás a este mundo a la extinción. Pero si las abres, enfrentarás algo mucho peor: el caos absoluto, el retorno de lo que una vez fue sellado. ¿Puedes cargar con ese peso, Helena?

Las palabras la golpearon con fuerza. La elección que había temido todo este tiempo ahora parecía insostenible.

De repente, una nueva figura apareció en el fuego. Era el hombre de las cicatrices, pero su rostro estaba cambiado. Había algo en sus ojos, una mezcla de súplica y determinación.

—Helena, no confíes en ellos —dijo, con una voz que resonaba tanto en el aire como en su mente—. Lo que sea que te digan, todo es mentira. Esto no se trata solo de ti. Se trata de todos nosotros.

Antes de que pudiera responder, el suelo bajo sus pies comenzó a temblar. El sendero de fuego se rompió en pedazos, y Helena cayó al vacío, su grito ahogado por la sensación de que el aire mismo se estaba cerrando a su alrededor.

Cuando abrió los ojos, estaba de vuelta en la plaza del pueblo. La niebla había desaparecido, pero el silencio era aterrador. Las casas parecían vacías, como si todo el mundo hubiera desaparecido.

Helena miró a su alrededor, tratando de orientarse, pero algo en el aire le hizo saber que no estaba sola. Y entonces lo vio. Al final de la calle, una figura encapuchada la observaba fijamente.

—Helena —dijo la figura, con una voz que no necesitaba gritar para ser escuchada—. El tiempo se acaba.

Ella apretó los dientes, su mente atrapada entre el miedo y la determinación. Había tomado una decisión, pero el verdadero costo de su elección estaba a punto de revelarse.

¿Qué secretos oculta el vínculo de Helena con el abismo? La verdad está más cerca, pero también lo está la oscuridad que amenaza con consumirlo todo.