El aire en la plaza estaba tan frío que cortaba la piel. Helena permaneció inmóvil, observando a la figura encapuchada al final de la calle. Todo su cuerpo le gritaba que corriera, pero algo en esa presencia la mantenía anclada al lugar. Las sombras a su alrededor parecían alargarse, como si el propio pueblo estuviera reteniendo el aliento.
—Helena —repitió la figura, dando un paso hacia ella. Su voz era un susurro que resonaba directamente en su mente—. Has llegado más lejos de lo que muchos esperaban.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz cargada de desconfianza.
La figura levantó una mano, y la niebla que había comenzado a formarse de nuevo se disipó. Bajo la capucha, Helena pudo distinguir un rostro que le resultaba extrañamente familiar, aunque no podía recordar de dónde. Sus ojos, profundos y oscuros como el abismo, parecían contener respuestas que ella temía descubrir.
—Soy el guardián de este ciclo. El que vela por las puertas que otros intentaron olvidar. —La figura hizo una pausa, como si evaluara cada palabra antes de pronunciarla—. Y también soy una advertencia.
Helena apretó el cuchillo en su mano, aunque sabía que no sería suficiente contra lo que estaba enfrentando.
—¿Una advertencia de qué?
La figura dio otro paso adelante, acortando la distancia entre ellos. A medida que lo hacía, el entorno alrededor de Helena comenzó a cambiar. Las casas se desmoronaban en silencio, como si el tiempo las estuviera devorando. El cielo, antes gris, se tornó de un rojo oscuro, y un rugido lejano comenzó a resonar, como el eco de un monstruo atrapado entre dimensiones.
—De lo que sucederá si no tomas una decisión pronto —respondió la figura, deteniéndose a pocos metros de ella—. Las puertas no pueden permanecer abiertas ni cerradas por mucho más tiempo. Este mundo no soportará el peso de tu indecisión.
Helena sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. Las palabras del encapuchado eran una confirmación de lo que había temido desde que leyó la carta de su abuela. Todo esto estaba conectado a ella, a una elección que debía hacer pero que aún no comprendía completamente.
—No entiendo lo suficiente para decidir nada —dijo con desesperación—. ¿Por qué yo? ¿Qué tienen que ver estas puertas conmigo?
La figura alzó una mano, y el rugido en el aire se detuvo de golpe. El silencio que siguió fue más aterrador que el sonido.
—Porque tú eres la última pieza de este ciclo. Tu sangre, tu historia, todo te ha llevado hasta aquí. No eres solo una viajera perdida, Helena. Eres el vínculo entre este mundo y el abismo.
De repente, algo comenzó a formarse en el aire frente a ella. Una visión que se movía como un espejo roto. Helena vio fragmentos de su abuela, del reloj de péndulo, del hombre de las cicatrices. Y luego vio algo que la hizo retroceder un paso: ella misma, pero diferente. Su rostro estaba cubierto de cicatrices, y sus ojos brillaban con un fuego antinatural.
—Esa eres tú si eliges abrir las puertas —dijo la figura—. El caos te consumirá, pero salvarás a otros.
La visión cambió, mostrando ahora un pueblo en ruinas, completamente vacío, con las puertas selladas y una oscuridad infinita extendiéndose sobre el horizonte.
—Y eso es lo que sucederá si las cierras. Salvarás este mundo, pero a un precio que te condenará a ti misma.
Helena sintió que sus piernas temblaban. La magnitud de la decisión era abrumadora, pero lo que más la aterraba era saber que no había una salida fácil.
—¿No hay otra opción? —preguntó, con la voz quebrada.
El encapuchado negó lentamente con la cabeza.
—El ciclo debe completarse. Tú eres el eje de todo. Decide pronto, Helena, porque el tiempo… se está acabando.
Y con esas palabras, la figura se desvaneció en el aire, dejando a Helena sola en medio de un pueblo que ahora parecía al borde del colapso. La elección que tanto había temido estaba más cerca que nunca, y sabía que el próximo paso que diera sería definitivo.
Helena está al límite, y la verdad de su conexión con el abismo comienza a revelarse. ¿Será capaz de soportar el peso de su decisión, o será consumida por las sombras que la acechan?