Ecos del Abismo

Capítulo 3: La Batalla contra la Sacerdotisa del Dolor

El látigo de Velia cortó el aire con un sonido sibilante.

—¿No vas a gritar, niño? Eso me pone triste…

Kael no respondió. Su respiración era lenta y concentrada. El visor de su yelmo bajó con un suave chasquido, ocultando sus ojos encendidos por el miedo transformado en furia.

La sacerdotisa dio un paso elegante, deslizándose como una serpiente entre la niebla.

¡CLACK!
El látigo voló directo a su cuello.

Kael giró con rapidez, la espada de Osur trazando un arco horizontal. El filo púrpura detuvo el látigo justo antes de que lo tocara.

Velia retrocedió de un salto, sorprendida.

—Ohh… tú sí sabes bailar. Me agradas más así.

Kael corrió hacia ella con el filo en alto. El sonido de su armadura encantada resonaba sobre las losas cubiertas de musgo. Atacó con una estocada directa al torso.

Velia giró, evitando el golpe y golpeó su espalda con el látigo, arrancando chispas de la armadura.

Kael gritó, no por dolor físico, sino porque la armadura vibró con una pulsación mágica.

> “Una herida más… y el sello se debilita.”

Se levantó con dificultad, giró y arremetió con un golpe vertical. Velia bloqueó con el mango del látigo, pero Kael usó su rodilla para romper la defensa, y luego giró sobre sí mismo.

¡SHAAK!

El filo cortó el abdomen de la sacerdotisa, que soltó un quejido agudo. Retrocedió tambaleándose.

—¡Tú… tú no eres como los otros! ¡Tu alma… grita diferente!

—No soy como tú. —Kael alzó su espada, respirando con fuerza—. Y nunca lo seré.

Velia intentó conjurar una maldición, sus manos se cubrieron de símbolos oscuros… pero Kael corrió hacia ella y clavó la espada de Osur en su pecho antes de que pudiera hablar.

La maldición se disolvió en un chorro de luz negra.

—¡AAAAAHHHH! —Velia chilló antes de que su cuerpo comenzara a desintegrarse en cenizas oscuras, dejando caer una daga curva y una piedra brillante: un Fragmento de Sangre Sellada.

Kael cayó de rodillas, exhausto.

—L-Lo logré…

—Y lo hiciste solo.

La voz grave lo sobresaltó. De entre las sombras, un hombre alto emergió, cubierto con una capa oscura y una armadura de placas gastadas por el tiempo. Llevaba un yelmo abierto, revelando su rostro: barba corta, mirada seria, cicatriz cruzando el ojo izquierdo.

—¿Quién…? —preguntó Kael, alzando la espada de nuevo con torpeza.

El caballero levantó una mano.

—Tranquilo, no vengo a matarte. Si quisiera, ya estarías muerto. Mi nombre es Darik, caballero exiliado del Reino de Theryn. Yo también quedé atrapado aquí… hace años.

Kael bajó su arma, sin soltarla.

—¿Eres como Eron?

—Eron no baja. Solo observa. Yo peleo. Yo sobrevivo.

Darik se inclinó, recogiendo el Fragmento de Sangre Sellada.

—Esto te ayudará más adelante. Puede reforzar tu espada o invocar un sello de escape. Guárdalo bien.

Kael asintió y tomó el fragmento.

—¿Hay algún lugar seguro?

Darik miró a los alrededores.

—Sí. Cerca de aquí hay una sala olvidada por los monstruos. Sin portales ni trampas. Descansaremos ahí.

Kael siguió al caballero por un pasadizo angosto de piedra rota y escaleras cubiertas de raíces. Durante el trayecto, Darik hablaba poco, pero su andar era firme.

Finalmente, llegaron a una puerta de hierro parcialmente abierta, rechinando suavemente. Dentro, había una sala de piedra circular con viejas colchonetas, una mesa rota y una lámpara de cristal azul aún encendida por un hechizo antiguo.

—Bienvenido a mi refugio —dijo Darik, sentándose junto a la lámpara—. No es un hogar, pero aquí no mueres… al menos por ahora.

Kael se dejó caer en el suelo. La armadura soltó un vapor tenue, relajando su tensión mágica.

—¿Cuántos pisos tiene esta mazmorra?

Darik lo miró a los ojos.

—Nadie lo sabe. Algunos dicen que cincuenta, otros que infinitos. Pero si sigues bajando, al final… te encuentras a ti mismo.

Kael cerró los ojos unos segundos. A pesar del miedo, por primera vez sentía algo de seguridad.

Pero en lo más profundo del Abismo, algo se agitaba. Un nombre antiguo comenzaba a murmurar entre las paredes…

> “…Kael…”




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