Ecos del abismo

El umbral de lo imposible (1982)

El aire era distinto al otro lado.

No tenía olor ni temperatura perceptible, pero al cruzar el umbral, Alex sintió una leve presión en la piel, como si una membrana invisible lo reconociera, lo escaneara y, finalmente, le permitiera pasar. Sus botas resonaron suavemente sobre una superficie metálica que no parecía ser metal, y por un instante se sintió más ligero, como si la gravedad fuera solo una sugerencia.

Lo primero que vio fue un vestíbulo amplio y abovedado, donde la arquitectura parecía estar viva. Líneas de luz recorrían las paredes, el suelo y el techo como raíces brillantes que respiraban lentamente. No había esquinas: todo era curvo, orgánico, como si la estación hubiera crecido en lugar de haber sido construida.

A unos metros de distancia, tres figuras lo esperaban.
Medían aproximadamente 1,65 metros, con cabezas grandes y ojos tan oscuros que parecían pozos infinitos, sin fondo, incapaces de transmitir emoción o sentimiento. No pestañeaban. Reflejaban apenas la tenue luz del pasillo, pero con una intensidad que helaba la sangre, como si cada mirada analizara hasta el último rincón de su alma. Eran espejos opacos de lo desconocido: ojos grandes, almendrados, fijos, imposibles de ignorar, hipnóticos en su rareza.

Uno de los seres se acercó a él.

-¿Te llamas Alex, verdad? -preguntó con una voz fría, carente de emoción.

Alex asintió con la cabeza.

-Me llamo Nerada y seré tu acompañante durante tu visita a la estación.

Alex ofreció su mano derecha en señal de saludo. En ese momento notó algo desconcertante: el ser parecía confundido, como si no supiera cómo reaccionar. El niño bajó la mano lentamente.

-Si eres tan amable de seguirme, te acompañaré al alojamiento que te ha sido asignado.

El alienígena comenzó a caminar, seguido por los otros dos seres, idénticos a él, aunque distinguibles por las manchas irregulares, de un gris más oscuro -casi negro-, que recorrían su piel. Parecían constelaciones tatuadas, formando patrones imposibles de descifrar. Estas manchas se movían suavemente, como si respiraran, como si tuvieran vida propia.

Nerada caminaba con una gracia ajena, lenta pero firme. Aunque sus rasgos eran iguales a los de sus acompañantes, había algo en él que lo diferenciaba. Una energía distinta lo envolvía, una tensión en el aire que hacía vibrar levemente el suelo con cada paso. Alex, paralizado por el desconcierto, sintió que aquel ser lo observaba de una forma más profunda que con sus ojos oscuros: lo sentía, lo leía por dentro.

Los cuatro avanzaban por un pasillo amplio hasta llegar a una gran compuerta. De repente, sin explicación aparente, los tres seres se hicieron a un lado, despejando el paso, como si su instinto les indicara que debían apartarse. Le pidieron amablemente a Alex que hiciera lo mismo, y él obedeció.

La compuerta se abrió. Segundos después, tres criaturas enormes y de aspecto reptiliano entraron por ella. Los acompañantes de Alex evitaron mirarlas directamente, como si intuyeran el peligro que representaban. El niño, en cambio, las observó con atención.

El primero, que parecía el líder, llevaba una armadura dorada de combate. Sus fauces dejaban ver unos dientes largos y afilados que infundían terror con solo mirarlos. Sus ojos, de un amarillo intenso, brillaban con una inteligencia intimidante. Sus manos terminaban en garras naturales que parecían capaces de destruir cualquier cosa.

Los guardias que lo acompañaban eran idénticos al líder, salvo por sus armaduras, que eran plateadas.

De pronto, el grupo de reptiles se detuvo cerca de Alex. El líder giró la cabeza y lo miró fijamente. Acercó su rostro al del niño y comenzó a olfatearlo. Alex sintió su aliento en la cara: cálido, denso, invasivo. En ese instante, se sintió como una presa frente a su depredador.

El ser continuó observándolo intensamente y luego retiró el rostro.

-Zha'kren -dijo la criatura, antes de reanudar su camino.

Nerada suspiró.

-Draconariis... se creen con derecho a hacer lo que quieran en la galaxia. Se creen los amos.

-¿Zha'kren? -preguntó Alex-. ¿Qué significa?

Nerada y los otros dos lo miraron.

-Tiene dos significados -respondió Nerada con tono neutro-: "ser inferior" y "saco de carne". Elige el que prefieras.

El grupo retomó la marcha. Mientras caminaban, Alex rompió el silencio.

-¿Por qué no me recibió el comandante de la nave que me interceptó?

-¿El comandante Arem? -replicó Nerada-. Está terminando su turno de patrullaje. Nosotros te atenderemos en todo lo que necesites.

-Bueno, ya hemos llegado a tu habitación -anunció Nerada-. Dentro de dos horas serás recibido por el Gran Consejo de la Alianza. Hasta entonces, permanecerás aquí.

La puerta se abrió.

-Ah, se me olvidaba. Tu nave será analizada por si lleva algo peligroso. Y si quieres saber más sobre las razas de la Alianza Galáctica, esa tableta de información en tu mesa te será útil. También tienes comida y bebida. Que descanses.

La puerta se cerró suavemente, dejando al joven humano solo en la habitación.
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El transbordador despegó con suavidad, alejándose de la estación espacial. Alex iba sentado junto a una amplia ventana panorámica. A través del cristal, vio cómo la oscuridad estelar daba paso al resplandor de un planeta cubierto de luz y movimiento.

Una ciudad flotaba bajo ellos, extendiéndose como una joya viva. Torres curvas, plataformas voladoras, avenidas de energía líquida. En las calles, miles de formas de vida coexistían. Alex pegó la frente al vidrio, asombrado.

Allí vio criaturas con cuerpos de cristal y corazones que palpitaban luz, seres compuestos de vapor y sonido, cuadrúpedos con armaduras vivientes, aves bípedas con plumajes en espiral y ojos como soles. Un grupo de criaturas flotantes, como medusas cósmicas, danzaban en una fuente antigravitacional. Y por una avenida aérea pasaban varios Urmah en motociclos alados, seguidos por un escuadrón de Aeloris volando en formación.




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