La noche parecía diferente. Había algo en el aire, una quietud palpable que me rodeaba como un abrazo invisible. Caminaba sola por el borde del bosque, mi mente perdida entre pensamientos confusos y fragmentos de sueños extraños. Cada paso que daba resonaba en la quietud de la noche, y a medida que me adentraba más en la oscuridad, sentía una presencia, algo que no podía ver, pero que estaba ahí, observándome.
La luna llena brillaba con fuerza, iluminando cada rincón, cada sombra del mundo que me rodeaba. Pero no fue la luna lo que me detuvo, sino una figura, una sombra que apareció de repente en el claro. Mi corazón dio un vuelco, un latido tan fuerte que pensé que lo podía escuchar, palpitando en mis oídos. No sabía quién era ni por qué lo sentí, pero de alguna manera su presencia me era familiar.
A medida que me acercaba, mis pies parecían moverse por sí solos, como si algo dentro de mí me guiara. La figura se mantenía en la oscuridad, su rostro oculto, pero los ojos… esos ojos, brillaban con una intensidad tan deslumbrante que mi alma no pudo evitarlo. Sentí que no podía escapar. Sentí que no quería escapar.
Cuando llegó lo suficiente cerca de mí, pude ver su rostro, una cara que parecía hecha de sombras, pero también de luz. No era humano, o al menos no lo sentía como tal. Su presencia era irreal, etérea, como si perteneciera a otro mundo, otro plano. Me extendió la mano, y fue en ese momento cuando el tiempo pareció detenerse. Era como si hubiera esperado toda mi vida para que ese momento ocurriera.
"Te he estado esperando", susurró, y su voz no era solo una vibración en el aire. Era algo profundo, algo que resonaba en mi mente, en mi ser. Un susurro que no solo se oía, sino que se sentía, como si sus palabras se incrustaran en cada fibra de mi ser.
No podía decir nada. Estaba hipnotizada, paralizada por una fuerza que no podía comprender, y sin embargo, mi cuerpo se movió solo. Extendí la mano y la tomé. En ese momento, un torrente de energía recorrió mi cuerpo. Era como si el universo entero hubiera convergido en ese instante. Lo sentí dentro de mí, a través de mí, como una corriente eléctrica que no podía controlar.
Todo alrededor de nosotros desapareció. El bosque, la luna, las estrellas… todo se desvaneció. El aire se volvió denso, pesado, como si fuéramos los únicos seres que existieran en el mundo. Y, al mismo tiempo, sentí una extraña paz, como si finalmente estuviera en el lugar donde siempre había pertenecido. La confusión, el miedo, desaparecieron. Solo quedamos él y yo, conectados de una manera que no entendía.
“¿Quién eres?” logré susurrar, pero él no respondió con palabras. Su sonrisa fue suficiente para que entendiera. No necesitaba explicaciones. Ya lo sabía. Mi alma lo había reconocido antes de que mi mente lo hiciera.