El Secreto del Alma

Esa noche, él volvió. Esta vez no estaba en las sombras, no estaba perdido entre las sombras del bosque. Estaba aquí, en mi habitación, frente a mí. Lo sentí antes de verlo, una presión en el aire, una tensión indescriptible que hacía que mi corazón latiera tan fuerte que casi podía escuchar el ritmo frenético de la sangre corriendo por mis venas.
Me desperté con un sobresalto, y ahí estaba: él, en la oscuridad, observándome con esos ojos tan profundos que parecía que podía ver a través de mí, atravesando todas las capas de mi ser, hasta lo más profundo de mi alma. Me sentí desnuda ante él, vulnerable, pero al mismo tiempo, una extraña calidez invadió mi pecho. No era miedo lo que sentía, sino una aceptación, una necesidad.
“Isabel”, dijo, y su voz me atravesó. No era solo una palabra. Era una energía que vibraba en cada rincón de mi ser, que resonaba en mis huesos, en mi alma. Me levanté de la cama, pero no fue por voluntad propia. Mi cuerpo respondía a una llamada que no podía ignorar.
“Es hora de que recuerdes quién eres”, continuó. “Es hora de que recuerdes lo que fuimos en otra vida. Lo que siempre seremos.”
Mis piernas temblaban, mi mente se nublaba, pero una parte de mí, la parte que me había estado guiando todo este tiempo, sabía que lo que él decía era cierto. No había duda. Lo conocía, no solo en este momento, sino desde siempre, a través de las eras.
“¿Recuerdas lo que fuimos?”, preguntó con una intensidad que casi me rompió el corazón. “Yo te he estado buscando, Isabel. En cada vida, he regresado por ti. Y tú, tú también has regresado por mí. Estamos entrelazados, más allá de esta vida, más allá de cualquier tiempo. Somos almas antiguas. Nuestro amor… es eterno.”
Yo quería hablar, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. Todo lo que podía hacer era mirarlo, absorbida por la verdad de sus palabras. No necesitaba explicaciones. Todo lo que había sentido, todas las sombras que me perseguían, los susurros… todo encajaba. Él no era un desconocido. Nunca lo fue.