Al día siguiente, la realidad parecía más difusa. Todo lo que había experimentado la noche anterior seguía pesando en mi mente, y cada rincón de la casa parecía reflejar lo que había visto: una oscuridad que acechaba, que esperaba pacientemente a ser liberada. Me sentía atrapada entre dos mundos, dos versiones de mí misma. Mi vida anterior, la que había vivido, la que había perdido, y mi vida actual, la que aún trataba de comprender.
Lian no apareció esa noche, pero su presencia estaba en cada rincón de mi mente, tan fuerte como si estuviera a mi lado. El susurro de su voz seguía rondando mis pensamientos, y la necesidad de verlo, de sentir su cercanía, se hacía cada vez más fuerte. Era como una adicción, una necesidad primaria de estar con él, de comprender por qué nuestra conexión era tan profunda.
Por la mañana, cuando la luz del sol entró en mi habitación, sentí una punzada en el pecho. La luz era cálida, pero me quemaba por dentro. El sol ya no me parecía tan acogedor, no cuando el recuerdo de su oscuridad era tan vivo en mi alma. Y entonces lo entendí: su oscuridad era mi oscuridad. No era algo que pudiera rechazar, era parte de mí. Algo en mí deseaba esa oscuridad. Algo en mí sabía que si seguía adelante con él, no habría vuelta atrás.
Lo busqué esa tarde. Cuando finalmente lo encontré, me sentí atrapada en la profundidad de sus ojos. “Te he estado esperando, Isabel”, dijo, como si fuera lo más natural del mundo. “Sé lo que estás sintiendo. La lucha interna que vives. Eres mi opuesto, y eso nos hace completos. Pero también te consume, porque somos una dualidad. La luz y la oscuridad. Y no puedes vivir sin una de las dos.”
No entendía todo lo que decía, pero sentía cada palabra como un eco en mi interior. Mi cuerpo deseaba estar con él, pero mi mente, mi alma, luchaban por entender qué significaba todo esto. “¿Nos consumirá?” pregunté, mi voz temblando.
“Sí”, respondió. “Pero también nos dará poder. Un poder que nunca imaginaste. Juntos, podemos cambiarlo todo.”