Las semanas siguientes fueron una mezcla de caos y claridad. Mi vida diaria, lo que antes era normal, ahora me parecía distante, ajeno. Los susurros de la oscuridad no solo venían de mi mente. Ahora, cada vez que salía, las sombras parecían seguirme. Las voces que me llamaban no solo pertenecían a Lian, sino a algo más. Algo antiguo y poderoso, algo que estaba tratando de romperse.
Mis amigos, mi familia, ya no me reconocían. Había cambiado, pero no era solo una transformación física. Era algo mucho más profundo, algo que estaba ocurriendo dentro de mí. Mi madre me miraba preocupada, mi hermano me preguntaba qué me pasaba, pero no podía explicarles. No podía decirles que mi alma ya no pertenecía a este mundo. No podía decirles que estaba a punto de perderme por completo.
Lian, por otro lado, me ofrecía su compañía, su comprensión, su amor. Pero todo eso venía a un precio. A medida que nos acercábamos, la línea entre la luz y la oscuridad se desdibujaba. Cada momento con él me arrastraba más hacia la oscuridad, hacia un lugar donde no sabía si volvería. A veces, sentía que estaba perdiendo mi humanidad. A veces, me preguntaba si eso era lo que él deseaba: que me convirtiera en algo más que humana, algo más que un simple ser de carne y hueso.
Una noche, después de un encuentro particularmente intenso, me miró con esos ojos llenos de un fuego que no podía apagar. “Isabel, estás cambiando. Estás dejando de ser la persona que conocías. Y aunque temo perderte, también sé que eso es lo que debe pasar. No puedes quedarte aquí, atrapada en este mundo. Estás destinada a ser algo más. Lo sabes.”
Lo miré, sin poder articular palabra. Mi corazón latía con fuerza, pero no estaba seguro de si era por miedo o por deseo. No sabía si quería cambiar, si quería seguir este camino que me conducía a un abismo desconocido, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí sabía que no había vuelta atrás. Estaba tan profundamente conectada a él que no podía imaginar mi vida sin su sombra.