Desperté con la sensación de que algo había cambiado, algo irreversible, aunque no sabía qué exactamente. El sol se filtraba débilmente a través de las cortinas, iluminando la habitación con una luz tenue, pero mi mente seguía envuelta en oscuridad. Había algo extraño en el aire, una sensación de que había cruzado una línea de no retorno, y ahora estaba atrapada en algún lugar intermedio entre el amor y la perdición.
Lian había desaparecido esa noche. No me dijo adiós, ni me dio explicaciones. Simplemente se fue. Aunque sabía que su ausencia era solo temporal, algo en mí se rompió. La habitación se sentía vacía, como si él hubiera llevado consigo una parte de mi alma. Me encontraba frente a un abismo, pero no podía ver el final.
Los recuerdos de su voz, de su toque, se desvanecían lentamente, como si alguien estuviera borrándolos de mi mente. Me levanté, buscando su presencia, llamando su nombre en la oscuridad de mi habitación, pero no había respuesta. Me sentí sola, vacía, como si una parte de mí hubiera desaparecido con él.
Intenté concentrarme en algo, en cualquier cosa que me devolviera la sensación de normalidad. Salí al patio trasero y me senté en el banco, mirando el cielo. El sol comenzaba a ascender, pero su luz no era reconfortante. Solo era otra luz fría, ajena a lo que había perdido. El silencio me envolvía como una manta pesada. El aire estaba quieto, implacable, como si el mundo alrededor de mí se hubiera detenido.
Y entonces, lo sentí. La presencia. Su energía estaba de vuelta, suave pero firme, como si estuviera cerca, observándome. No era una sorpresa. Algo dentro de mí siempre lo sabía. El amor que compartíamos no podía ser extinguido. Pero la pregunta era: ¿qué significaba su regreso?
De repente, escuché una voz, suave pero clara, que surgió desde lo más profundo de mi ser, como si mi propia alma me hablara: “Has vuelto a romperlo, Isabel. Ya no puedes regresar a lo que conocías. Ya no hay vuelta atrás.”
Las palabras flotaron en mi mente, y mi pecho se apretó. No era solo el miedo lo que sentía. Era algo más profundo. La sensación de que, a pesar de lo que sentía por él, a pesar de lo que anhelaba, nunca podríamos estar completos. Nuestra unión era tanto una bendición como una condena.