Ecos del Corazón Sombrío

El Lamento de las Sombras

Estaba trapada entre el deseo y la razón. La figura oscura, que ya no era solo una sombra, sino un ser tangible de oscuridad, me observaba fijamente. Su sonrisa era una mueca de triunfo. Él sabía que me estaba arrastrando hacia algo de lo que no podría escapar.
Lian, parado a mi lado, parecía más distante que nunca. Su aura había cambiado. Ya no era ese ser lleno de luz y esperanza que había conocido en los primeros días, sino una figura marcada por la misma oscuridad que perseguía mi alma. Lo veía, pero ya no podía sentirlo con la misma claridad. La conexión que teníamos, esa fuerza que me mantenía unida a él, ahora parecía tenue, a punto de desvanecerse.
“Isabel,” la voz de Lian se rompió al pronunciar mi nombre, su tono más grave y preocupado. “No lo hagas. No cruces este umbral. Esto no es lo que eres. No es lo que debemos ser.”
El dolor en su voz me atravesó, pero lo que más me aterraba era la quietud de mi corazón. ¿Era él el que estaba perdiendo su humanidad, o era yo la que había cambiado? ¿Realmente quería luchar por lo que teníamos? Porque, a medida que las sombras de la figura oscura se extendían a mi alrededor, sentía que mi alma comenzaba a pertenecerle.
La figura oscilaba frente a mí, sus ojos vacíos me penetraban, buscando lo que quedaba de mi ser. “Ella lo sabe, Lian. Ella está más cerca de mí que de ti. Y lo sabe. Ha sentido mi poder. Ha sentido lo que ofrece la oscuridad.”
No podía mirarlo a él, porque, al mirarlo, la tentación era insostenible. Esa voz, esa llamada que nunca había sido tan fuerte como lo era ahora, me arrastraba, me susurraba promesas de poder, de libertad, de un amor que trascendía cualquier cosa que pudiera entender.
“Cruza el umbral, Isabel,” insistió la figura. “Deja que te libere. Deja que te lleve a la oscuridad que siempre ha sido tuya.”
Mis piernas temblaban, pero no pude moverme. La decisión ya estaba tomada, y aunque mi corazón gritaba que debía elegir a Lian, el lazo que sentía hacia la oscuridad era más fuerte. Mi alma ya no era solo la mía. Estaba atrapada en una lucha eterna. El amor que sentía por Lian no podía existir sin la sombra que nos rodeaba. Era un ciclo imposible de romper.
Pero, entonces, Lian tomó mi mano. La presión de su contacto, la calidez que emanaba de él, me detuvo. “Isabel,” susurró, “recuerda lo que somos. Lo que siempre hemos sido. No dejes que te destruya.”
Fue entonces cuando comprendí lo que me había estado faltando. Lo que me había estado arrastrando hacia ese abismo oscuro. La luz que había visto en él, en su ser, nunca había desaparecido. Lo que yo pensaba que era oscuridad, en realidad, era mi propio miedo, mis dudas, mis inseguridades. Lian nunca había sido la fuente de mi oscuridad. Era yo la que había permitido que las sombras crecieran dentro de mí.




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