La batalla interna estalló como un fuego. No podía decidir. Mi mente estaba rota entre los deseos contradictorios: quedarme con Lian y la luz que me ofrecía, o ceder a la llamada de la oscuridad, de la figura que me susurraba en mi oído, que me prometía poder y liberación. Pero mientras las sombras comenzaban a engullirme, algo se despertó en mi interior.
Era como si todo lo que había pasado, todas las vidas pasadas, todas las veces que había amado y perdido a Lian, hubieran llevado a este momento. En ese instante, comprendí que la oscuridad no era mi enemiga. La verdadera lucha estaba dentro de mí. Lian no podía salvarme. Ninguna fuerza exterior podía. Solo yo podía decidir quién quería ser.
“¡No!” grité, alzando la mano para rechazar la sombra que me rodeaba. “No seré tu prisionera.”
El aire se cargó de energía. La figura oscura soltó una risa fría. “No puedes huir, Isabel. Ya es demasiado tarde.”
Pero fue entonces cuando sentí la luz de Lian a través de mi ser. No era solo una presencia. Era una fuerza viva que me invadió, que me recordó quién era realmente. Recordé lo que sentí al tocar su mano por primera vez, el calor que emanaba de él, la suavidad de su voz. Recordé el amor que compartíamos, el amor que, aunque no era perfecto, había sido real. Y con esa luz, con esa conexión, rechacé la oscuridad.
La sombra chilló, un grito desgarrador que atravesó mis pensamientos, pero no me detuvo. El aire se rompió como cristal, y la figura oscura se desvaneció, dejando un vacío que ahora me parecía menos aterrador. La presión en mi pecho desapareció, y por un momento, el silencio lo invadió todo.
Lian estaba allí, de pie a mi lado, su mirada llena de preocupación. “¿Estás bien?” me preguntó, su voz suave, casi temerosa.
Lo miré, y por primera vez en mucho tiempo, sonreí. No era la sonrisa de alguien que había vencido una batalla externa. Era la sonrisa de alguien que había encontrado su propia paz.
“Lo he entendido,” le susurré, “no es el amor lo que nos define. Es nuestra elección. Y yo he elegido estar contigo.”