Las semanas siguientes transcurrieron de manera extraña. Aunque había enfrentado la oscuridad y había elegido mi camino, no podía evitar la sensación de que algo aún faltaba. Como si estuviera esperando que algo más sucediera, algo que completara el rompecabezas de mi vida y mi destino.
Lian y yo pasamos más tiempo juntos, pero, aunque la paz que sentía en su presencia era reconfortante, algo seguía pesando en mi pecho. Mi conexión con él era inquebrantable, pero había algo más grande, algo que aún no entendía completamente. Las noches eran más tranquilas, sin susurros ni sombras, pero en mis sueños seguía viéndolo, y en cada uno de esos sueños, algo nuevo despertaba dentro de mí.
Una noche, mientras caminábamos por el bosque, me di cuenta de que ya no sentía miedo. Había algo en la atmósfera, una vibración en el aire que me hizo detenerme. “Lian, ¿sientes eso?” le pregunté, mirando alrededor, como si esperara ver algo que estuviera fuera de lugar.
Él asintió, y por primera vez, pude ver algo en su rostro que no había notado antes: una chispa de preocupación. “Lo siento,” murmuró. “Es tu poder, Isabel. Está despertando.”
De repente, comprendí lo que me estaba sucediendo. La magia, esa fuerza que siempre había estado latente en mí, estaba tomando forma, más fuerte, más viva, más... peligrosa. Sabía que mi vida nunca sería la misma. El amor que compartía con Lian no era lo único que me definía. Había una parte de mí que aún no había revelado por completo, una parte que había permanecido oculta mientras la oscuridad me rodeaba.
La magia corría por mis venas, como si el mismo bosque estuviera reaccionando a mi presencia. Podía sentir la energía en el aire, las hojas de los árboles susurrando a mi paso, el suelo debajo de mis pies vibrando. La magia que compartía con Lian, esa que había estado latente en nuestra conexión, ahora se extendía a todo lo que tocaba. Pero lo que más me asustaba era que esa magia no solo estaba conectada a mí, sino también a algo mucho más profundo, algo que estaba por descubrir.