Mientras la niebla nos envolvía, comencé a entender que lo que había sucedido entre Lian y yo no era un simple amor. No era una historia común, ni un destino cualquiera. Estábamos destinados a algo mucho más grande, algo que no comprendía completamente, pero que sentía en lo más profundo de mi ser.
Los Guardianes nos observaron, sus ojos llenos de sabiduría y conocimiento, y uno de ellos, un ser con la piel de plata y el cabello tan blanco como la luna, dio un paso hacia mí. Su mirada era penetrante, pero no había miedo en ella. Solo había una calma insondable.
“Isabel,” dijo con una voz profunda, resonante, “tú eres la heredera del legado de las estrellas. Tu alma no es de este mundo. Eres la hija de dos mundos, nacida de la luz y la oscuridad, de la magia y el amor. El velo que has tocado es solo el primer paso. El destino te ha elegido para traer equilibrio, para unir lo que está roto.”
Mis rodillas temblaron. No podía comprender del todo sus palabras, pero algo dentro de mí lo sabía. Todo lo que había experimentado, todo lo que había vivido, me había llevado hasta este momento. No solo yo, sino todos los seres que habitan en este mundo, habían esperado este momento. Y yo tenía que estar preparada.
Lian me miró con una mezcla de orgullo y tristeza. “Este es tu legado, Isabel,” dijo suavemente. “El amor que compartimos, la magia que fluye entre nosotros, son solo el comienzo. El camino será largo y lleno de desafíos, pero estoy aquí. Siempre lo estaré.”
Entonces, un resplandor plateado envolvió el claro, iluminando todo a nuestro alrededor. La energía de los Guardianes, la magia ancestral, comenzó a fluir hacia mí. Sentí cómo se unía a mi ser, cómo la esencia misma del universo comenzaba a entrelazarse conmigo. Mi alma, mi cuerpo, mi corazón… todo se estaba transformando.