El aula tenía un olor a madera vieja y calefacción constante. Afuera, el cielo era una hoja blanca sin sol ni nubes. Desde el interior, no se veían árboles, ni edificios, ni nada más allá de la cortina gris que cubría las ventanas.
Hae-won llegó como siempre, a las 8:15. Sus compañeros ya estaban allí, como siempre.
Joo-ri estaba sentada en su pupitre, los ojos clavados en su cuaderno, aunque no escribía. Solo pasaba la hoja hacia adelante y luego hacia atrás, como si no pudiera decidir por dónde comenzar. Sus dedos temblaban levemente.
—Buenos días —dijo Hae-won, tomando asiento a su lado.
—Buenos días —respondió ella, sin levantar la vista.
Dae-seok rió por lo bajo al fondo del aula. Ji-hoon le había mostrado un dibujo de Min-jae dormido en clase con orejas de conejo. Min-jae resopló con falsa molestia y le lanzó una goma.
—Dejen el alboroto —dijo Joo-ri con suavidad, aunque ni siquiera los miraba.
Hae-won la observó en silencio. Ella no era como los demás. Su tono de voz era diferente. Su mirada también. Algo en ella parecía fuera de lugar, como si no perteneciera al mismo escenario.
El profesor Kim Seung-ho entró a las 8:30, puntual. Saludó con su típica expresión vacía, dejó su libro en el escritorio, y comenzó a escribir en la pizarra.
"Ensayo oral: ‘Lo que quiero ser cuando sea adulto’".
Todos se quedaron en silencio. El marcador rechinaba sobre la superficie blanca. Cuando el profesor se giró, sus ojos recorrieron el aula como un escáner.
—Hae-won, tú primero.
El chico se levantó con calma, caminó al frente del aula y sostuvo una hoja de papel, aunque no la miró.
—Quiero ser fotógrafo —comenzó—. Porque me gustaría capturar momentos reales. Gente real. Lo auténtico.
Se oyó una leve exhalación detrás de él. Joo-ri lo miraba con los labios apretados.
—Lo que más me gustaría… es poder viajar. Ver otros países. Otros paisajes. Sentir que hay más que este lugar —terminó.
El profesor asintió con una sonrisa tan medida que parecía prefabricada.
—Muy bien. Vuelve a tu asiento.
Cuando lo hizo, vio que Joo-ri se secaba discretamente una lágrima con el borde de la manga.
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El almuerzo fue silencioso.
Los cinco comieron en sus pupitres, como siempre. Joo-ri apenas tocó su comida. Solo separaba los granos de arroz con los palillos, uno por uno, como si cada uno tuviera algo escondido dentro.
Hae-won la observó durante un rato, luego se inclinó hacia ella y susurró:
—No tienes que seguir haciéndolo si te cuesta tanto.
Ella se tensó al instante, sin mirarlo.
—No puedo parar —murmuró—. No se puede.
—¿Qué no puedes?
—Fingir.
Sus palabras eran tan bajas que apenas eran sonido.
—Joo-ri…
Ella lo miró entonces. Sus ojos no eran como los de los demás. Estaban vivos. Dolidos. Humanos.
—¿Alguna vez… sentiste que ya estuviste aquí antes? —le preguntó.
—Todos los días —respondió él, sin pensar.
Por un momento, el aula pareció detenerse.
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Al final del día, cuando el profesor salió por la puerta lateral (una que nunca estaba abierta para los alumnos), Hae-won recogía sus cosas mientras Joo-ri seguía en su asiento, mirando la ventana opaca.
—¿Te acompaño? —preguntó él.
—No. No vivimos en la misma dirección… supongo.
—No hay muchas direcciones para elegir.
Ella lo miró, y por primera vez, sonrió.
—Eres el único que lo dice así.
—¿Así cómo?
—Con duda. Como si no te creyeras todo esto.
Hae-won se quedó en silencio. Luego caminó hasta la puerta, pero antes de salir, se giró hacia ella.
—Si algún día quieres hablar... de verdad... házmelo saber.
Joo-ri asintió, bajando la mirada.
Y él salió.
El pasillo estaba igual de vacío que siempre. Pero ese día, por alguna razón, le pareció aún más frío.