Ecos del Invierno

Capitulo 7: El payaso en la jaula

En la casa de Dae-seok, el desayuno siempre estaba servido cuando él bajaba las escaleras.
Tostadas doradas, leche tibia, arroz con algas, y una sonrisa fija en el rostro de su "madre". Una mujer de cabello corto y ojos vacíos, que fingía ternura con precisión quirúrgica.
—¡Buenos días, cariño! —canturreó ella.
Dae-seok respondió con un tono animado.
—¡Mamá! ¿Otra vez leche tibia? Me estás malcriando.
Ella soltó una risa ensayada.
—Tienes que crecer fuerte y sano. Ya sabes, para impresionar a las chicas de tu clase.
—Ay, por favor... ya sabes que sólo tengo ojos para el arroz.
Su “padre” ya estaba sentado, leyendo un periódico que no tenía fecha ni titulares reales. Lo doblaba como un actor aburrido, fingiendo una rutina que nunca había sido suya.
—No hables con la boca llena —murmuró, sin levantar la vista.
Dae-seok imitó un gesto exagerado de obediencia militar y se metió una gran cucharada de arroz en la boca.
Por fuera, parecía el típico chico alegre de clase media.
Por dentro, sabía que cada palabra estaba siendo escuchada. Y que cada gesto demasiado espontáneo podía activar una “intervención”.
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Después del desayuno, subió a su cuarto fingiendo buscar su mochila. En realidad, tenía escondido un pequeño cuaderno dentro de la rendija de la pared.
Lo sacó con cuidado, abrió la tapa y leyó las frases que había anotado en tinta casi invisible.
> Día 43: Comenzó a nevar antes del desayuno.
Día 62: Mis padres repitieron exactamente las mismas palabras.
Día 71: El cuadro de la sala fue cambiado. Antes era un campo de flores. Ahora es una montaña.
Día 72: Lo cambiaron otra vez. ¿Es una prueba?
Día 89: Soñé con un parque. No hay parques aquí.
Día 91: Creo que mi casa no tiene salida trasera. Nunca lo había pensado.
Y luego, debajo, un mensaje más nuevo, apenas terminado el día anterior:
> Día 97: En clase, Hae-won miró a Joo-ri de una forma rara. Como si supieran algo. Me vieron observándolos. Lo notaron. Estoy seguro.
Cerró el cuaderno, lo volvió a esconder y salió de la habitación.
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Durante la tarde, no había actividades. Nadie lo llamaba. Nadie tocaba la puerta. Nadie preguntaba si quería salir. Porque no había a dónde salir.
Su casa tenía cuatro habitaciones, pero una siempre estaba cerrada con llave.
Una vez intentó abrirla a escondidas.
Dos minutos después, la televisión se encendió sola, con un mensaje en letras rojas:
“No está permitido salirse del guión.”
No volvió a intentarlo.
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Por la noche, su madre lo llamó para ver un programa de televisión. Una comedia coreana, con risas enlatadas. Todo se sentía escrito. Todo era un eco de algo que alguna vez fue real, pero ya no.
—Ese actor se parece a ti, ¿no crees? —dijo su “madre”, tocándole el brazo con cariño.
—¿Sí? —preguntó él, disimulando su ansiedad—. ¿Crees que podría ser actor?
—¡Claro que sí! Tienes carisma.
“Porque ese es mi rol”, pensó Dae-seok.
El gracioso. El que rompe la tensión. El alivio cómico. El que no puede llorar.
Pero esa noche, cuando subió a su habitación, no prendió la luz. Se sentó en el suelo, contra la puerta cerrada con llave de la habitación prohibida, y apoyó la frente en la madera.
—Si hay alguien ahí —susurró apenas—, por favor… dime que no estoy solo.
Silencio.
Luego, desde dentro, algo respondió.
Un golpe.
Uno solo.
Dae-seok se quedó inmóvil. Su corazón retumbaba con fuerza en su pecho.
Alguien —o algo— estaba encerrado allí también.
No sabía si eso era mejor o peor.




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