Ecos del Invierno

Capítulo 8: El fuego no arde aqui

Min-jae fumaba en su cuarto.
No estaba permitido, claro. Lo sabía. Lo sabían todos.
Pero el humo del cigarrillo no activaba alarmas. El olor no se quedaba en las cortinas. Y nadie subía a reprenderlo, nunca.
Porque las reglas del guión no eran realmente reglas. Solo comandos que debían cumplirse en escena. En su cuarto, a veces podía ser él mismo… aunque ni siquiera estaba seguro de quién era él mismo.
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Esa mañana había pateado su silla en clase, discutido con el profesor, lanzado su cuaderno al piso, y salido del aula antes de que terminara la clase.
Todo según lo esperado.
Su papel era el rebelde. El que desafiaba. El que decía cosas como “esto es una estupidez” y “¿quién escribe este guion de mierda?”, con tono desafiante.
Solo que él no lo decía como parte de un personaje. Él lo decía en serio.
Y aún así, seguía allí.
Vivo.
Con la puerta de su habitación cerrada, pero sin seguro.
Con cámaras visibles en las esquinas, que giraban lentamente cuando él se levantaba o se acostaba.
Con una “familia” que lo ignoraba el 90% del tiempo, pero que cada noche decía las mismas frases en la misma secuencia.
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—Min-jae —decía su “madre” cada noche desde la puerta de su habitación—. No es sano que estés tan encerrado. ¿Quieres bajar a cenar?
—No tengo hambre.
—Hice tu favorito: sopa picante.
—No me gusta la sopa picante.
—Oh… claro. Me confundí. Bueno, si cambias de opinión, baja cuando quieras.
Y luego se iba.
Todos los días.
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Una vez, Min-jae intentó no entrar al aula. Tomó el camino habitual por la mañana, pero a la mitad del recorrido, giró en dirección contraria. Solo quería ver qué había si caminaba al otro lado. Un bosque. Un muro. Una puerta. Lo que fuera.
Pero el camino no tenía otra dirección.
Daba vueltas.
Literalmente.
Caminó veinte minutos… y terminó justo donde empezó.
Y cuando entró al aula, el profesor lo saludó como si nada.
—Llegas temprano hoy, Min-jae.
Temprano.
Después de haberse perdido por veinte minutos en una espiral sin salida.
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La casa no tenía fotografías personales. No había documentos. No había recuerdos. Solo decoraciones genéricas: cuadros de puestas de sol, floreros sin aroma, libros con títulos falsos.
Un día Min-jae arrancó uno de los cuadros de la pared. Detrás, había una superficie de cemento gris. Sin marcas. Sin polvo. Como si nunca hubiese habido una pared allí antes.
A la mañana siguiente, el cuadro estaba en su lugar.
Como si nada.
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Esa noche, cuando fingió quedarse dormido, escuchó pasos en el pasillo.
No los de su “madre”. No los de su “hermano menor” (una presencia silenciosa que solo aparecía a la hora del desayuno). No los de nadie que conociera.
Eran pasos pesados.
Rítmicos.
Se detuvieron frente a su puerta. Y entonces, una voz grave, sin emoción, habló:
—Recuerda tu papel, Min-jae.
Min-jae no se movió.
Contuvo la respiración.
La voz no repitió.
Solo se escucharon los pasos alejándose… y luego, nada.
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Al día siguiente, en el aula, se sentó como siempre, con la chaqueta medio abierta y los auriculares puestos aunque no reprodujeran nada. Joo-ri lo miró de reojo. Hae-won también. Como si sintieran algo diferente en él.
Y por primera vez, Min-jae no dijo ni una palabra en clase.
Solo pensó:
> “Si voy a romper este guión…
no lo haré gritando.
Lo haré quemando el escenario.”




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