Alexandre Moreau
El primer día de clases comenzó como un borrón de rostros y nombres que apenas podía retener. Estudiantes de todas partes del mundo llenaban los pasillos de la Universidad de West London, cada uno con su propia historia, sus propias aspiraciones. Me sentía un poco fuera de lugar, pero también emocionado. Después de todo, esta era la razón por la que había venido hasta aquí: un nuevo comienzo en una ciudad llena de oportunidades.
Entré al aula y encontré un asiento cerca de la ventana. Observé el movimiento a mi alrededor, estudiando a las personas que, de alguna manera, serían parte de mi vida en los próximos meses. Traté de mantenerme concentrado en la clase introductoria, aunque la mente me jugaba malas pasadas y me recordaba constantemente que aún cargaba con ciertos fantasmas del pasado.
Un chico de complexión robusta y con una sonrisa relajada se sentó a mi lado. Llevaba una camisa arrugada y un aire despreocupado que contrastaba con la seriedad de muchos otros estudiantes.
—¿Qué tal, amigo? —dijo con acento francés, mientras acomodaba sus libros en el escritorio—. Soy Marc Lefèvre.
—Alexandre Moreau —le respondí con una leve sonrisa, estrechando su mano—. Es bueno conocer a alguien en el mismo programa.
Marc asintió, mirándome con una mezcla de curiosidad y confianza, como si ya supiera que nos llevaríamos bien.
—Entonces, ¿qué te trae a Londres? —preguntó con un tono amistoso, como si nos conociéramos de toda la vida.
—La beca —le respondí, encogiéndome de hombros—. Es una buena oportunidad para avanzar en mi carrera.
Marc soltó una carcajada.
—¿Avanzar en la carrera? —repitió, burlón—. Todos decimos eso. Yo vine aquí porque mi madre quería que me alejara de París y sentara cabeza. Aún no sabe que probablemente estoy aquí para lo contrario.
No pude evitar sonreír ante su honestidad. En cuestión de minutos, Marc logró que me relajara y, por un momento, me hizo olvidar la razón por la que había decidido comenzar de nuevo en Londres. Algo en su actitud relajada me resultaba contagioso, y agradecí tener a alguien tan espontáneo a mi lado en medio de un ambiente que me resultaba extraño.
La clase continuó, y, aunque el profesor Thierry Laurent nos dio una extensa introducción a los temas que cubriríamos, lo único que podía pensar era en lo extraño que era encontrarme aquí, en este nuevo mundo que aún no sentía completamente mío.
Al final de la clase, Marc me dio una palmada en el hombro.
—Vamos, te invito a tomar un café. La cafetería aquí es decente, y siempre es mejor hablar de los profes que conoceremos mientras tomamos algo.
Acepté sin pensarlo demasiado. Caminamos hacia la cafetería, y, una vez allí, Marc comenzó a contarme sobre sus experiencias en París, de su madre diseñadora de moda y de las razones que lo trajeron a Londres. Me sorprendió lo fácil que era conversar con él, y, poco a poco, sentí que el ambiente de la universidad dejaba de ser tan intimidante.
—¿Y tú? —preguntó Marc de repente, mirándome con un interés que parecía más profundo—. No tienes el típico aire de alguien que solo vino por la beca. ¿Algo te hizo dejar Italia?
Su pregunta me tomó por sorpresa, pero traté de no mostrarlo. Aún no me sentía listo para hablar de lo que había dejado atrás.
—Digamos que necesitaba un cambio —respondí, evitando entrar en detalles.
Marc asintió, respetando mi silencio sin presionarme.
—Entiendo —dijo con un tono serio que no había escuchado antes—. Todos tenemos algo que queremos dejar atrás, ¿no?
Asentí, agradecido de que dejara el tema en ese punto. Sin embargo, la conversación me dejó con una sensación de vulnerabilidad que no esperaba. Londres había sido mi refugio, un lugar donde planeaba evitar cualquier cosa que pudiera recordarme a Italia y, en especial, a Chantal. Pero aquí estaba, con un amigo que parecía ver más allá de las palabras y que, sin decir mucho, ya me hacía sentir comprendido.
El día terminó y, cuando me dirigía hacia la salida, sentí un extraño cosquilleo de emoción. Tenía ganas de explorar la ciudad, de descubrir qué me ofrecía esta oportunidad. No obstante, justo cuando me giré hacia la puerta, noté una figura femenina de cabello castaño claro, caminando con paso ligero hacia la salida. Algo en ella me resultó inquietantemente familiar.
—¿La conoces? —preguntó Marc, quien notó mi expresión de sorpresa.
—No... o eso creo —dije, tratando de disimular mi nerviosismo mientras observaba a la joven que se alejaba rápidamente.
—Es Valérie Dupont —comentó él, sin darle importancia—. Creo que también es estudiante de intercambio.
Valérie Dupont. Repetí el nombre en mi mente, sintiendo una extraña sensación que me revolvió el estómago. Su perfil, la forma en que caminaba y la indiferencia con la que había ignorado el resto de su entorno me recordaban a alguien. Pero, ¿a quién? Descarté la idea rápidamente, diciéndome a mí mismo que solo era una coincidencia.
Sin embargo, el nombre resonó en mi cabeza durante el resto de la noche, inquietándome y llenándome de una intriga que no podía entender del todo. Tal vez estaba imaginando cosas, proyectando viejas heridas en alguien completamente ajeno a mí.
Pero, mientras caminaba de regreso al departamento, no podía evitar sentir que, de alguna forma inexplicable, esa desconocida de ojos serenos y pasos seguros había despertado algo en mí. Algo que, por mucho que intentara olvidar, parecía estar más cerca de lo que pensaba.
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¿Qué opinas?
Alexandre ya tiene su primer amigo en Londres, pero ¿será Marc la influencia que necesita, o le meterá en más de un problema? ¿Y qué habrá en esa chica misteriosa, Valérie, que lo deja tan intrigado?
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