Valérie Dupont
Desde el primer día, había algo en Alexandre Moreau que me intrigaba. Aunque nuestra relación se había limitado a un trabajo académico, había notado esa tensión sutil que siempre lo rodeaba, como si una parte de él estuviera en otro lugar, atrapada en algo que no podía ver. Pero me fascinaba su dedicación, su meticulosidad, y sobre todo, esa manera de guardar sus emociones bajo una capa de aparente tranquilidad.
Trabajábamos juntos en la biblioteca, en cafeterías, o incluso en algunos rincones tranquilos de la universidad. Alexandre era reservado, pero al mismo tiempo, podía percibir una calidez que parecía contener con mucho esfuerzo. Tal vez esa era una de las razones por las que me sentía cómoda con él; nunca intentaba impresionarme, ni llenaba los silencios con palabras innecesarias. Y, de alguna manera, ese respeto mutuo hacía que nuestro tiempo juntos fluyera de forma natural.
Hoy habíamos quedado de nuevo en la biblioteca para revisar los avances de nuestro proyecto. Alexandre llegó puntual, con su expresión seria y concentrada, aunque esta vez había algo diferente en su mirada, como si estuviera lidiando con algo interno.
—¿Todo bien? —pregunté, tratando de que mi tono sonara casual mientras él tomaba asiento.
Él asintió, pero noté que sus ojos se desviaban al responder.
—Sí, claro. Solo un poco cansado —respondió, pasando una mano por su cabello oscuro y revolviéndolo ligeramente, un gesto que parecía hacer cada vez que intentaba ocultar lo que realmente pensaba.
Le sonreí, intentando disipar la tensión, y abrí mi cuaderno para continuar donde lo habíamos dejado. Trabajamos en silencio durante algunos minutos, cada uno revisando sus apuntes y compartiendo ideas. Cada tanto, nuestras miradas se cruzaban, y era como si una pequeña corriente eléctrica se deslizara entre nosotros, algo tan sutil que ninguno se atrevía a mencionar.
—Valérie, creo que podríamos explorar otro enfoque para el mercado objetivo —dijo de repente, con un tono decidido que me sacó de mis pensamientos.
—¿Ah, sí? ¿A qué te refieres? —le pregunté, curiosa por la dirección de sus ideas.
Alexandre comenzó a explicarme una nueva estrategia de segmentación. A medida que hablaba, sus ojos se iluminaban con una pasión que pocas veces le había visto. Me sorprendí encontrándome perdida en su entusiasmo, en la seguridad de sus palabras. Sentí que este Alexandre, que se dejaba llevar por sus ideas, era otra versión distinta de aquel que siempre intentaba ocultarse tras una barrera invisible.
—Esa es una gran idea —le dije cuando terminó de explicar—. Me gusta el enfoque que propones; le da un toque fresco al proyecto.
Él sonrió, pero rápidamente volvió a su expresión reservada, como si temiera haberse mostrado demasiado. Me pregunté qué era lo que tanto lo contenía, qué clase de historias guardaba dentro. Por un momento, tuve la sensación de que él mismo no estaba seguro de si dejarme entrar o no.
Después de unos minutos, decidí que era hora de intentar romper con esa barrera.
—Alexandre, espero que no te moleste, pero… ¿qué es lo que te trajo aquí? —le pregunté, eligiendo mis palabras con cuidado—. Digo, Londres puede ser un lugar muy… intenso para aquellos que vienen buscando un cambio.
Él me miró, y por un instante pensé que se cerraría de nuevo. Pero en lugar de eso, suspiró, como si llevara tiempo queriendo hablar, aunque no estaba seguro de por dónde empezar.
—Es… complicado —dijo, bajando la mirada—. Digamos que en Italia dejé varias cosas atrás, y quería empezar de nuevo en un lugar donde pudiera enfocarme en mí mismo.
Noté que cada palabra parecía pesarle, como si le costara sacarlas de su interior. Mi instinto me decía que debía respetar sus silencios, pero no pude evitar sentir una punzada de curiosidad y de algo más, algo que no había sentido en mucho tiempo. Me di cuenta de que esa distancia que él imponía tenía raíces profundas, y eso despertó en mí una especie de empatía.
—Lo entiendo. A veces, la única forma de encontrarse es perderse en otro lugar —respondí, tratando de que supiera que no estaba sola en esa sensación de escape.
Él levantó la vista y me miró, sorprendido, y sentí que por primera vez dejaba ver una parte de su vulnerabilidad, una que estaba ahí, atrapada tras esos ojos serenos. Quizás no se daba cuenta, pero había algo en él que me hacía querer descubrir más, entender qué lo atormentaba, qué había dejado atrás en Italia.
Continuamos trabajando, y la conversación se desvió hacia temas más ligeros, aunque ambos sabíamos que lo que acababa de pasar era significativo. Por primera vez, había abierto una pequeña ventana, y yo sentí que algo había cambiado entre nosotros. A partir de ese momento, todo se volvió más… intenso, como si cada palabra y cada mirada tuvieran un nuevo significado.
Finalmente, al terminar la sesión, comenzamos a guardar nuestras cosas. Había una pregunta en mi mente que no me atrevía a formular, pero, antes de que pudiera contenerme, las palabras salieron de mi boca.
—¿Crees que todo lo que dejamos atrás realmente se queda en el pasado? —pregunté, sintiéndome vulnerable al pronunciar esa duda que, en realidad, era tanto mía como suya.
Alexandre se detuvo, y por un momento pensé que me diría algo, que se abriría por completo. Pero, en cambio, solo me miró con esa expresión enigmática que me había desconcertado desde el primer día.
—No lo sé, Valérie. Creo que hay cosas que no nos dejan, por más que intentemos dejarlas atrás —respondió, con una sinceridad que me dejó inmóvil, como si hubiera dicho más de lo que realmente se escuchaba en sus palabras.
Nos despedimos, y me quedé viéndolo alejarse. Mientras observaba su figura desaparecer entre los pasillos de la universidad, sentí que ese breve intercambio había removido algo en mí. Alexandre no era solo un compañero de proyecto; había algo en él que despertaba una curiosidad, una especie de atracción inexplicable que no sabía cómo manejar.