Alexandre Moreau
Durante los últimos días, sentí que algo había cambiado en mi relación con Valérie. Era sutil, apenas perceptible, pero estaba ahí, como una corriente que atravesaba cada conversación, cada mirada que compartíamos. Me sorprendía lo fácil que era hablar con ella y, al mismo tiempo, la complejidad de lo que me hacía sentir. No quería admitirlo, pero Valérie estaba empezando a ocupar un espacio en mi mente que no había planeado darle a nadie.
Cada vez que nos reuníamos, me costaba más mantener las cosas estrictamente profesionales. Hubo un momento en particular, durante nuestra última conversación, que había sido un punto de quiebre para mí. Su pregunta sobre el pasado, sobre si realmente es posible dejarlo atrás, había removido algo profundo, un dolor latente que, hasta ese instante, había logrado ocultar bajo capas de indiferencia.
Hoy, mientras caminaba hacia la cafetería donde habíamos acordado vernos, me descubrí a mí mismo buscando respuestas que no estaba preparado para encontrar. Me repetía que todo esto era simplemente una colaboración, que al terminar el proyecto cada uno seguiría con su vida, pero, cuanto más intentaba convencerme, más dudaba de mis propias palabras.
Al llegar, la encontré sentada en una mesa junto a la ventana, absorta en sus pensamientos, con la luz de la tarde filtrándose por el cristal y acariciando su cabello castaño claro. Observé su expresión tranquila y serena, y por un momento, sentí un impulso que no podía comprender del todo. Era como si una parte de mí quisiera acercarse más, aunque otra me recordaba que no debía bajar la guardia.
—Hola, Valérie —dije, tomando asiento frente a ella y tratando de sonar casual.
—Alexandre —respondió, esbozando una sonrisa ligera mientras cerraba su cuaderno de notas—. ¿Cómo estás?
Me encogí de hombros, sin saber muy bien cómo responder. Esa era una pregunta tan simple y, al mismo tiempo, tan difícil de contestar cuando lo que me inquietaba parecía carecer de explicación.
—Bien, supongo. Un poco… confundido —admití, sin pensarlo demasiado.
—¿Confundido? —repitió ella, mirándome con esa expresión comprensiva que siempre lograba desarmarme.
La forma en que Valérie me observaba, como si realmente intentara entender lo que había detrás de mis palabras, me hacía sentir expuesto, y, al mismo tiempo, liberado. Ella era diferente, y esa diferencia me atraía y me asustaba a partes iguales.
—Sí. Creo que Londres es más de lo que esperaba —dije, tratando de suavizar la conversación para evitar hablar de lo que realmente estaba en mi mente.
Ella asintió en silencio, como si supiera que había algo que estaba dejando fuera, pero sin presionarme. Esa era una de las cosas que más me sorprendía de Valérie: su habilidad para respetar mis silencios y mis límites, como si comprendiera que había aspectos de mi vida que prefería mantener ocultos.
Pasamos las siguientes horas trabajando en el proyecto, aunque había momentos en los que me sorprendía mirándola, intentando descifrar quién era realmente. Valérie tenía una manera de expresarse que contrastaba con la rigidez a la que estaba acostumbrado. Era espontánea, casi instintiva, y su creatividad parecía fluir de una forma que me recordaba la libertad, un concepto del que, en el fondo, siempre me había sentido un poco alejado.
Cuando estábamos terminando de organizar las ideas para el proyecto, ella me miró de repente, con una expresión que no pude interpretar del todo.
—Alexandre, no sé si esto suene raro, pero… ¿alguna vez sientes que te guardas más de lo que deberías? —preguntó, con esa franqueza que parecía desafiar mis propias barreras.
Me quedé en silencio, atrapado entre la necesidad de responder y el miedo a abrirme demasiado. Parte de mí quería confiar en ella, pero otra, mucho más poderosa, me recordaba lo que ocurrió la última vez que dejé entrar a alguien. Pensé en Chantal, en el dolor y la traición, y sentí un nudo en el estómago.
—Quizá —respondí finalmente, eligiendo mis palabras con cuidado—. A veces, pienso que es mejor ser reservado. Es una forma de evitar que las cosas se compliquen.
Valérie asintió, pero noté en su mirada una mezcla de curiosidad y decepción, como si hubiera esperado algo más de mí. Me sentí incómodo, como si acabara de defraudarla sin haberlo querido. Había sido honesto, sí, pero, en el fondo, sabía que había algo en esa respuesta que no era del todo sincero.
Terminamos nuestro trabajo, y, cuando ya estaba por despedirme, sentí el impulso de preguntar algo que llevaba días rondando en mi cabeza.
—Valérie… ¿por qué te interesa tanto saber sobre mí? —dije, intentando mantener un tono casual, aunque mis palabras me habían traicionado.
Ella me miró, sorprendida, pero luego sonrió, como si hubiera estado esperando esa pregunta.
—Tal vez porque siento que tienes una historia interesante, algo que te hace distinto. Y creo que, aunque intentes esconderlo, hay una parte de ti que necesita ser escuchada —respondió, con esa sinceridad desarmante que parecía caracterizarla.
Sus palabras me golpearon con una fuerza que no esperaba. Me recordaron lo que había intentado enterrar desde mi llegada a Londres, y por un segundo, tuve la tentación de abrirme, de contarle todo. Pero, al mismo tiempo, algo en mi interior me frenó. No podía, no aún. Las cicatrices eran demasiado profundas.
—Quizás tengas razón —dije, evitando su mirada—. Pero algunas historias son demasiado complicadas.
Valérie no insistió. Solo asintió y me dedicó una sonrisa comprensiva. Nos despedimos y, mientras la veía alejarse, sentí un vacío extraño, una sensación de oportunidad perdida que no lograba explicar.
Al regresar a mi departamento, mi mente seguía repasando cada palabra de nuestra conversación, cada mirada que habíamos compartido. Intenté decirme que todo esto era una distracción, que mi razón para estar aquí era el máster y nada más. Pero, en el fondo, sabía que algo estaba cambiando.