Alexandre Moreau
Las palabras de Valérie y los recuerdos de Chantal me habían dejado en un estado de agotamiento emocional del que no lograba salir. Era como si Londres se desvaneciera a mi alrededor, dejando paso a las sombras de un pasado que, por mucho que intentara ignorar, seguía persiguiéndome. Me había prometido dejar todo eso atrás, pero a veces me sentía como si hubiera traído esas sombras conmigo, como si formaran parte de mí.
Me desperté esa mañana con la sensación de que la noche no había logrado aliviarme. En mi mente, Valérie y Chantal se confundían, creando una especie de vértigo emocional que me costaba entender. Intenté concentrarme en la rutina, esperando que el día ayudara a disipar mis pensamientos. Al salir del departamento, revisé mi teléfono y noté varios mensajes de Marc, insistiendo en que nos encontráramos para hablar.
—¿Por qué no? —me dije, en un intento de distraerme de todo lo que me había torturado en las últimas horas.
Nos encontramos en un café cerca de la universidad. Marc ya estaba allí, con su café en la mano y una sonrisa despreocupada que envidié profundamente. Parecía que nada en el mundo podía alterarlo.
—Amigo, ¿qué está pasando contigo? —me dijo, con ese tono amistoso pero inquisitivo—. Has estado… distante. Y no me engañas, sé que no es solo por el trabajo.
Le devolví la mirada, consciente de que probablemente había notado mi actitud. Marc siempre tenía una habilidad para ver más allá de lo que la gente intentaba ocultar, especialmente cuando se trataba de alguien cercano.
—No es nada, en serio —dije, intentando sonar casual, aunque sabía que no lo convencería tan fácilmente.
—¿Nada? —repitió, mirándome con una ceja levantada—. Sabes que puedes confiar en mí, ¿verdad? Sea lo que sea que te atormenta, no tienes por qué cargarlo solo.
Suspiré, mirando la taza de café, sabiendo que mi silencio solo reforzaría su preocupación. Pensé en la llamada que había recibido mientras estaba con Valérie, aquella voz que provenía de Italia y que había sido un recordatorio de todo lo que quería dejar atrás.
—Recibí una llamada hace unos días, de alguien que dejé en Italia —dije finalmente, sin mirarlo.
Marc asintió en silencio, dándome el espacio para continuar.
—Fue… un aviso, supongo. No quiero entrar en detalles, pero no es fácil dejar todo atrás cuando el pasado parece decidido a perseguirte.
Marc asintió, en un raro gesto de comprensión que no esperaba de alguien tan despreocupado como él.
—Escucha, Alexandre, sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero es evidente que llevas algo pesado encima. No sé si es por Valérie o si es algo más, pero, lo que sea, te está consumiendo.
El tono sincero de sus palabras me tocó, aunque no era tan sencillo hablar de lo que llevaba dentro. Sentí un impulso de contarle lo que realmente había pasado en Italia, de desahogarme, pero algo en mi interior me lo impedía. Las heridas de la traición aún estaban demasiado frescas, y, a pesar de la cercanía de Marc, no podía permitirme exponer esa parte de mi vida.
—No es fácil confiar, Marc —dije finalmente, mirando el café que sostenía entre mis manos—. A veces, por más que quieras, hay cosas que te atan, que te hacen sentir que no puedes bajar la guardia.
Marc asintió, en silencio, y luego se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Es cierto, pero también es verdad que a veces el problema está en uno mismo, en la forma en que nos aferramos al pasado —respondió, mirándome directamente—. Puede que lo que te pasó en Italia sea difícil de olvidar, pero si sigues viviendo con esa sombra encima, nunca vas a ver lo que tienes frente a ti.
Sabía que tenía razón, pero aceptar sus palabras era otra cosa. Desde el primer momento en que conocí a Valérie, una parte de mí había sentido el impulso de alejarla, de protegerme de algo que no quería revivir. Y aunque me repetía que ella era distinta, que no debía pagar por los errores de alguien más, el miedo seguía ahí, impidiéndome ver con claridad.
—Valérie es… complicada —dije, buscando las palabras adecuadas—. Quiero decir, no sé si estoy listo para… dejar que alguien se acerque así otra vez. No después de lo que pasó con…
Me detuve, incapaz de decir el nombre en voz alta. Aún me resultaba doloroso hablar de Chantal. La imagen de su sonrisa fría, de su mirada calculadora, seguía grabada en mi mente, como una cicatriz que se negaba a desaparecer. Recordé cómo ella había usado mis propias ambiciones y mis sueños en mi contra, cómo había manipulado mis emociones para sus propios fines. No estaba seguro de poder enfrentar algo así de nuevo.
—Después de lo que pasó con alguien que no merece tu tiempo —terminó Marc por mí, comprendiendo perfectamente sin necesidad de más detalles—. Pero, ¿sabes? Eso no significa que todas las personas sean iguales.
Lo miré en silencio, y me di cuenta de que tal vez tenía razón. Valérie no era Chantal, eso estaba claro. Pero, a pesar de sus diferencias, había algo en ella que me hacía dudar, como si una parte de mí quisiera protegerse de lo que podría significar abrirme de nuevo.
—Quizás tengas razón, pero no es tan fácil —admití, intentando justificarme, aunque sentía que estaba evadiendo la verdad.
Marc sonrió, dejando su taza de café en la mesa.
—No dije que fuera fácil. Pero te lo digo como amigo: si sigues huyendo de tu pasado, nunca vas a llegar a ninguna parte. Londres puede darte un nuevo comienzo, pero tienes que quererlo de verdad.
Sus palabras resonaron en mí. Quizás, lo que realmente necesitaba no era escapar, sino enfrentarme a mis propios temores, dejar que la posibilidad de una nueva vida entrara, aunque me aterrara. Sabía que Marc tenía razón, pero una parte de mí seguía dudando, aferrándose a esas inseguridades que tanto me costaba soltar.
De camino a casa, mi mente no dejaba de dar vueltas sobre lo que Marc había dicho. Quizás lo que necesitaba era más sencillo de lo que imaginaba. Quizás solo debía aceptar que Valérie podía ser alguien importante en mi vida, si tan solo me permitía darle una oportunidad. Pero cada vez que intentaba imaginarlo, el eco de esa llamada reciente me recordaba que el pasado aún tenía un control sobre mí, que aún había personas allá fuera que no estaban dispuestas a dejarme ir.