Alexandre Moreau
Después de mi conversación con Marc, no podía dejar de pensar en Valérie. La intensidad de lo que sentía cada vez que estaba cerca de ella, la manera en que lograba desarmarme con su honestidad y su empatía… Todo eso era tan distinto a lo que había experimentado antes. Valérie era diferente, y aunque el miedo aún me atrapaba, sentía una necesidad creciente de dejar de huir.
Esa tarde, me dirigí hacia la galería donde trabajaba. No sabía si estaba allí o si siquiera tendría tiempo para hablar, pero necesitaba verla, enfrentar lo que estaba evitando desde hacía semanas. Mientras caminaba, me repetía a mí mismo que esto era solo un paso hacia adelante, una forma de intentar avanzar y dejar atrás las sombras que me perseguían.
Al llegar, la galería estaba en calma. Varias piezas de arte contemporáneo colgaban en las paredes, y las luces suaves le daban al espacio una atmósfera de paz. Vi a Valérie al fondo, ajustando algunos detalles en una de las exposiciones. Me quedé observándola por un momento, dudando en si acercarme o no, pero al final, reuní el valor y caminé hacia ella.
—Valérie —dije, intentando mantener la voz tranquila.
Ella se giró, sorprendida de verme allí, pero una leve sonrisa apareció en su rostro.
—Alexandre, ¿qué haces aquí? —preguntó, claramente intrigada.
—Quería hablar contigo, si tienes un momento —dije, esforzándome por mantener la compostura mientras mi corazón latía con fuerza.
Ella asintió y me hizo un gesto para que la siguiera hasta una pequeña sala de descanso en la parte trasera de la galería. Una vez allí, me miró con una mezcla de curiosidad y preocupación, como si intuyera que lo que estaba a punto de decirle no era algo sencillo.
—He estado pensando mucho en… nosotros —empecé, titubeando mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas—. Sé que he sido distante, y probablemente te he dado muchas señales confusas. La verdad es que no ha sido fácil para mí abrirme, no después de lo que pasé en Italia.
Valérie me observaba en silencio, y por un momento pensé que se pondría a preguntar sobre lo que había pasado, pero en lugar de eso, solo asintió, como si comprendiera sin necesidad de palabras.
—Alexandre, sé que llevas algo pesado, algo que no quieres compartir todavía, y lo respeto —dijo suavemente—. Pero quiero que sepas que estoy aquí, que no te juzgo, y que no espero que te abras por completo si no estás listo.
Su sinceridad me golpeó con fuerza, haciéndome sentir aún más vulnerable. Parte de mí deseaba poder decirle todo, compartir los detalles de la traición de Chantal, el dolor que aún me perseguía y la culpa que sentía por no haberlo visto venir. Pero el peso de esos recuerdos seguía siendo demasiado grande, y no estaba seguro de si ella realmente podía entenderlo.
—Gracias, Valérie. No tienes idea de cuánto significa para mí escuchar eso —murmuré, sin apartar la mirada de sus ojos.
Nos quedamos en silencio, y el espacio entre nosotros pareció cargarse de una tensión que ninguno de los dos se atrevía a romper. Fue entonces cuando Valérie dio un paso más cerca de mí, sus ojos buscando los míos con una intensidad que me desarmó por completo.
En un impulso que no pude controlar, acerqué mi rostro al suyo, y en ese instante, todo lo que había estado intentando contener se desbordó. Nuestros labios se encontraron en un beso suave, cargado de emoción y vulnerabilidad. Sentí cómo mi resistencia se desmoronaba, como si en ese contacto se derritieran las barreras que había construido durante tanto tiempo. Valérie correspondió al beso con la misma intensidad, sus manos aferrándose suavemente a mis hombros mientras me perdía en el momento.
El tiempo pareció detenerse, y por un instante, todo el peso del pasado desapareció. No había dudas ni miedo, solo el latido de nuestros corazones y la conexión que habíamos formado sin darnos cuenta.
Pero justo cuando pensé que finalmente podía permitirme bajar la guardia, el sonido de mi teléfono nos arrancó del momento. Ambos nos separamos, sorprendidos por la interrupción, y el hechizo que habíamos creado se rompió de golpe. Saqué el teléfono del bolsillo, con el corazón aún acelerado, y al ver el número en la pantalla, sentí un frío recorriendo mi espalda.
Era un contacto que había intentado dejar en el pasado, uno de los pocos que aún me recordaban de Italia.
Valérie me miró, su expresión cambiando de la ternura a la preocupación. Respiré hondo, intentando decidir si atender o no, pero al final, cedí y respondí la llamada.
—¿Alexandre? —dijo una voz al otro lado, una voz familiar que me resultaba casi dolorosa de escuchar—. Soy Matteo.
Mi corazón dio un vuelco. Matteo, mi hermano menor, a quien no había escuchado desde que me fui de Italia. Sabía que las cosas en casa habían cambiado después de mi partida, pero no había esperado que me llamara ahora, después de tanto tiempo.
—¿Qué ocurre, Matteo? —pregunté, intentando mantener la voz firme, aunque una parte de mí temía la respuesta.
—Es… sobre Chantal —respondió, y el sonido de su nombre me hizo sentir como si el suelo se desmoronara bajo mis pies—. Ha estado preguntando por ti. Dice que necesita hablar contigo, que es urgente.
Sentí que el aire abandonaba mis pulmones. Miré a Valérie, quien me observaba con una expresión de confusión y preocupación, y supe que no podía explicarle esto sin abrir viejas heridas.
—Dile que no quiero saber nada de ella —respondí, con un tono de voz más duro de lo que pretendía.
Hubo un silencio al otro lado de la línea, como si Matteo estuviera evaluando mis palabras.
—Alexandre… creo que no tienes opción esta vez. Chantal ha encontrado una forma de acercarse a ti. No estoy seguro de los detalles, pero, por lo que he oído, está en Londres.
Mi mente se quedó en blanco, como si cada pensamiento se congelara en un torbellino de confusión y miedo. Miré a Valérie, sintiendo que el peso del pasado se hacía insoportable, y supe que todo lo que había intentado dejar atrás estaba a punto de desmoronarse frente a mí.