Ecos del Pasado

Capítulo 18: Sombras en la superficie

Valérie Dupont

Cuando escuché la tensión en la voz de Alexandre por teléfono, supe que lo que estaba ocurriendo era más grave de lo que imaginaba. Su urgencia encendió una alarma en mi interior que no podía ignorar. Quedamos de vernos en mi apartamento, lejos de los lugares habituales. Mientras esperaba su llegada, el nudo en mi estómago crecía, alimentado por preguntas: ¿qué había hecho Chantal esta vez? ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar?

El timbre sonó. Abrí la puerta, y allí estaba él. Su figura alta y tensa parecía llevar el peso de mil pensamientos. Sus ojos, oscuros y siempre intensos, reflejaban una mezcla de rabia y vulnerabilidad.

—Entra —dije suavemente, apartándome para que pasara.

No perdió tiempo. Caminó hacia la sala y se dejó caer en el sofá, apoyando los codos en las rodillas mientras frotaba su rostro con las manos. Cerré la puerta y me acerqué, sentándome a su lado.

—¿Qué ocurrió? —pregunté, poniendo una mano sobre su brazo.

Alexandre sacó un sobre de su chaqueta y me lo extendió. Cuando lo abrí y vi la caligrafía impecable de Chantal, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

"Alexandre, ¿pensaste que podías escapar de mí? Nos veremos pronto. —C"

El mensaje era tan frío y calculador como ella. Lo dejé sobre la mesa y miré a Alexandre.

—Ella no va a detenerse, ¿verdad?

Él negó con la cabeza, su mandíbula apretada mientras sus ojos se oscurecían aún más.

—No. Y no puedo permitir que esto te afecte a ti, Valérie.

Tomé su mano, entrelazando mis dedos con los suyos.

—Ya estamos en esto juntos, Alexandre. No voy a apartarme ahora.

Él alzó la mirada, y en sus ojos vi algo que rara vez mostraba: miedo. Pero también gratitud.

—No sé cómo haces esto —dijo, su voz apenas un susurro—. Cómo puedes ser tan fuerte.

—No soy tan fuerte como crees —respondí, intentando aliviar la tensión.

Sus ojos buscaron los míos, y por un momento, todo lo demás se desvaneció. Había algo magnético en él, una mezcla de intensidad y vulnerabilidad que me hacía imposible mirar hacia otro lado.

—Eres más fuerte de lo que piensas, Valérie —murmuró, inclinándose hacia mí.

El aire en la habitación cambió. Se volvió pesado, cargado de una electricidad palpable que parecía envolvernos. Cuando sus labios encontraron los míos, fue como si todo lo que había estado reprimiendo finalmente explotara.

El beso comenzó lento, pero pronto ganó intensidad. Sus labios, firmes y decididos, exploraban los míos con una pasión desenfrenada. Sentí su mano en mi mejilla, su tacto cálido contrastando con la urgencia en sus movimientos. Mi cuerpo respondió de inmediato, como si hubiera estado esperando este momento desde siempre.

Sin apartarse, Alexandre me levantó con facilidad, haciéndome rodear su cintura con mis piernas mientras me llevaba al dormitorio. Cada paso que daba parecía prender más fuego a mi piel. Su camisa quedó olvidada en el pasillo, y mi blusa no tardó en seguirla, sus dedos ávidos deslizándose sobre mi espalda desnuda.

Cuando finalmente me depositó sobre la cama, sus ojos recorrieron mi cuerpo con una intensidad que me hizo estremecer. Se inclinó hacia mí, dejando un rastro de besos por mi cuello y mis hombros, su lengua trazando círculos suaves que arrancaban suspiros de mi garganta.

—Eres increíble —murmuró contra mi piel, su voz ronca y cargada de deseo.

Sus manos continuaron explorando, bajando por mi cintura hasta deslizar mis pantalones, dejando mi cuerpo expuesto bajo su mirada. Sentí el calor de su aliento mientras besaba el valle entre mis senos, sus labios suaves pero firmes, encendiendo cada centímetro de mi piel.

Mis manos no se quedaron quietas. Acaricié su pecho, sintiendo sus músculos tensos bajo mis dedos, bajando lentamente hasta desabrochar su pantalón. El sonido de su respiración entrecortada mientras lo hacía me arrancó una sonrisa, una que desapareció cuando lo sentí contra mí, duro y dispuesto.

Alexandre me miró, buscando mi consentimiento una última vez.

—¿Estás segura? —preguntó, su voz apenas un susurro.

—Completamente —respondí, sin dudar.

Él bajó su cuerpo sobre el mío, alineándose con cuidado mientras sus manos acariciaban mis caderas, sosteniéndome con fuerza y delicadeza a la vez. Cuando finalmente entró en mí, un jadeo escapó de mis labios, seguido por el suyo. Nos movimos juntos, encontrando un ritmo que parecía hecho a medida, como si nuestros cuerpos hubieran sido diseñados para encajar de esta manera.

Cada embestida era un torbellino de sensaciones, cada roce una chispa que encendía el fuego entre nosotros. Su nombre escapó de mis labios en un susurro, y él respondió con mi nombre, una y otra vez, como si al decirlo estuviera reafirmando lo que compartíamos.

El momento culminó con una intensidad que nos dejó sin aliento, nuestros cuerpos temblando mientras la ola de placer nos arrasaba por completo. Cuando finalmente nos detuvimos, nos quedamos entrelazados, nuestras respiraciones mezclándose en el aire cargado de deseo y satisfacción.

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Horas después…

Todavía recostada contra su pecho, tracé patrones distraídos sobre su piel con la yema de mis dedos. El ritmo constante de su respiración era tranquilizador, pero sabía que la calma no duraría mucho.

—¿Qué haremos con Chantal? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.

Alexandre dejó escapar un largo suspiro, sus dedos jugando suavemente con mi cabello.

—Marc tiene razón. No podemos esperar a que ella haga su jugada. Tenemos que adelantarnos.

Me incorporé ligeramente para mirarlo a los ojos.

—¿Qué tienes en mente?

—Primero, necesitamos confirmar qué está haciendo aquí. Sophie la vio en Mayfair, y creo que está en el Clarendon. Es un buen lugar para empezar.

—¿Y después? —insistí, queriendo entender la magnitud de su plan.




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